Las visitas oficiales al Reino Unido exhiben un nivel de excentricidad que crece con el paso de los años. El mundo avanza, pero toda la parafernalia de la monarquía británica sigue allí, como si estuviese conservada en ámbar . Con todo lo que se quejan los ingleses de sus aeropuertos, se sentirán orgullosos de que el Presidente de la República Francesa todavía puede aterrizar en Londres junto con su mujer, desembarcar del avión, y proceder en una carroza tirada por caballos hacia el Castillo de Windsor. El resto de los mortales tenemos que padecer un viaje de más de una hora en un tren de metro más que apestoso. Dicen que los clientes de los taxis londinenses todavía tienen el derecho de pedir al taxista que les enseñe el fardo de paja que por ley tiene que llevar de repuesto dentro del maletero. Pero sólo un jefe de estado se atrevería de verdad a ejercer esa libertad. ¿Se puede imaginar la escena si Felipe y Leticia tuvieran que saludar a Berlusconi y su mujer en la base de Tor
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