La segunda parte de la serie británica, Black Mirror, retrata una sociedad en la que los ciudadanos se han vuelto esclavos de las redes sociales. Viven en pequeños apartamentos cuyas paredes son pantallas de plasma que emiten a todas horas publicidad grotesca y que sólo pueden apagarse a cambio de unos créditos que se ganan mediante el ejercicio físico en el gimnasio. Cuando uno de los personajes encuentra el amor, el mejor regalo que le puede hacer a su amada consiste en una invitación para participar en un juego de reality que en vez de unir les lleva por dos caminos distintos e igualmente perversos, carentes de toda individualidad o del menor atisbo de dignidad humana. La serie tuvo gran trascendencia en la opinión pública del Reino Unido, y también la de otros países de su entorno por dibujar un escenario que por muy obsceno que pareciera en realidad ofrecía una visión bastante realista del futuro que nos espera. La historia más escabrosa es la del primer episodio, de maner
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