A la defensa del bipartidismo


El próximo 9 de marzo, no sé hasta donde llegará la abstención, pero tengo claro que unos cuantos ya han decidido que no van a votar por uno de los dos grandes partidos.

Se ha puesto de moda la idea de que este sistema es antidemocrático. Escucho comentarios del estilo de, "son siempre los mismos discursos"; "No nos ofrecen nada a los indecisos"; "¿Porqué tengo que elegir entre el discurso guerra civilista del PSOE o el discurso rancio y antisocial del PP?"; "Si al final el que gane hará lo de siempre y se aliará con los nacionalistas".

Argumentos tienen. En todos los sistemas democráticos, gobierne quien gobierne se tiende a un centrismo político, y se pierde la sensación de poder cambiar las cosas. Parece que todo está organizado, que todo sigue un esquema y que el votante medio no pinta nada. Según este discurso, con tintes marxistas, pero la mayoría de las veces apropiado de manera maquiavélica por la derecha, todo es una gran conspiración de los poderosos, de la gente ilustrada, del establishment, en contra de la voluntad del proletariado.

En España, Francia, Alemania, Estados Unidos, el Reino Unido,... siempre gobierna uno de dos partidos. En un bar en el barrio berlinés de Kreuzberg, el primer día de la legislatura de Angela Merkel, un profesor de comunicación social me comentó acerca de la Gran Coalición que se había acordado entre los dos partidos mayoritarios alemanes: "El SPD es una mierda, el CDU es una mierda, y cuando juntas dos mierdas, ¿qué tienes? Un olor asqueroso".

Para los que no participan directamente en la política, siempre es fácil quejarse de que no les tienen en cuenta. ¿Pero quien tiene que tenerlos en cuenta si no ellos mismos que pueden participar pero no lo quieren? ¿No es por eso que vivimos en democracia? Es obvio que ningún partido me va a representar en todas las cosas en las que yo cree. En un sistema de partidos, es nuestro deber democrático elegir el partido para el que nos sentimos más afines. Pero luego si no participamos en la organización, si no debatimos, si no nos hacemos oír, ¿cómo nos vamos a quejar si luego pensamos que todos los demás están sordos a la opinión de la gente de la calle?

A la derecha le gustan estos argumentos. No le gusta mucho hablar de democracia de partidos. Elige sus líderes a dedazo, desprecia el papel del Congreso, y recurre a un discurso demagógico para arañar votos a los ciudadanos más alejados de la realidad política. Le conviene que piensen que todos los partidos apestan y que no vayan a votar porque los suyos siempre lo harán con eficiencia militar y saldrán ganando.

Por supuesto, podemos apoyar a partidos pequeños. Pero si no hacemos nada, ¿cómo nos vamos a quejar si ningún partido consigue quitar protagonismo a los dos grandes? El 90% de los votantes sabe a qué partido van a votar. Está claro la minoría restante también tiene el derecho de decir lo que piensa, de elegir un partido o de crear otro. Y en el caso de optar por la primera opción, de participar en la militancia, en los debates, en el juego democrático.

Los partidos principales tienen que modernizarse, e ir en busca del voto del centro, de transmitir mensajes inclusivos que reflejen las preocupaciones y las aspiraciones del conjunto de la población. Tienen que rejuvenecerse desde abajo hasta arriba. Lo pueden hacer de dos formas. La primera, a través de la mercadotecnia, al estilo del nuevo laborismo de Tony Blair, convirtiendo el partido en una especie de club de fans, en el que las políticas se definan por medio de estudios de mercado, 'focus groups', y toda la parafernalia del marketing de producto. La segunda es mediante la mayor participación de los ciudadanos. ¡Afiliados a un partido! ¡Idos a las reuniones de distrito!, ¡Debatid!, amigos, ¡Debatid! Pero basta de esa actitud pasiva de que todo está mal y la culpa es siempre de los demás.

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