Oda a la juventud


Los jóvenes son el futuro del país y la pésima situación que atraviesan es un mal presagio para todos.

Porque si el futuro se embarca en un avión de Easyjet, sólo nos quedará el pasado, y eso ya lo estamos viendo.

Y cuando digo ‘jóvenes’, me refiero a eso exactamente. A los jóvenes. Porque una de las primeras cosas que noté al llegar a España fue que en este país se daba a la palabra ‘joven’ un sentido demasiado amplio. Incluso en el año 2000, si tenías menos de 25 años, ninguna empresa española te ofrecía un empleo digno. La única opción era encadenar periodos de 'prácticas' mientras en el norte de Europa la gente de tu misma edad llegaba a puestos de gran responsabilidad en sus empresas. Aquí, en 2012, y con 40 años, eres un chaval.

Los jóvenes están tristemente ausentes. Los periódicos impresos, las tertulias de radio, y los debates del TDT Party rebosan caspa por los cuatro costados. Más allá de la cuestión económica, los debates de índole social que transmiten los medios de comunicación de masas parecen ajenos a esta era. Ellos siguen discutiendo si hay que permitir a las mujeres tomar decisiones soberanas sobre su propio cuerpo, si llamar ‘matrimonio’ un contrato civil entre dos personas del mismo sexo es pecado capital, o si es sacrilegio comparar los crímenes de Franco con los de Mussolini o de Hitler. Los jóvenes ya han llegado a otro capítulo del libro y, obviamente, no les hacen ni caso.

Los países avanzan cuando hay un cambio generacional. Los políticos en este país no cambian. Ya he hablado de este tema en un anterior post pero a veces es como hablar con la pared. Pasan años y seguimos debatiendo las mismas cosas. En mi país el Partido Conservador estaba en contra de dar más derechos a los homosexuales. Ahora un Primer Ministro conservador ha decidido permitir que estas uniones se llamen matrimonio mientras sus correligionarios españoles intentan remar en la otra dirección, contra el progreso y el sentido común. Y no sorprende porque es un Gobierno de viejos, incluso más viejo que el anterior, pero a todas luces menos viejo que el que viene.

Una sociedad joven, que avanzó tanto en tan poco tiempo se ha convertido en una gerontocracia. Una sociedad en la que llaman ‘derechos’ a un sistema laboral que incentiva los contratos precarios para jóvenes y los contratos en hierro forjado para los que necesitan reciclarse.

Los jóvenes entienden la sociedad en la que nos hemos convertido y en el que nos vamos a convertir. No tienen miedo a Internet o a las redes sociales. Aceptan que vivimos en 2012 y que no sirven las soluciones de 1958 o de 1986 para dar respuesta a los problemas de hoy. Sin embargo, los mismos que hace 30 años demostraron que era posible ser joven y llegar lejos se burlan de los que hoy creen que ha llegado su hora, y más si éstas son mujeres.

Los jóvenes en Barcelona hacen cola para irse a Quebec. Después de cursar dos licenciaturas y un máster no me sorprende. En España, con suerte, podrán aprender a manejar una fotocopiadora, mientras los viejos sigan moviendo las sillas de la cubierta del Titanic.

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