Zona de confort

Mis vecinos quieren mantenerse en su zona de confort. Durante el verano se actualizaron las instalaciones de calefacción central y en los radiadores se han colocado unos medidores que calculan el consumo de cada uno de los pisos, para que a todos nos cobren en función de lo que gastamos.

A ellos no les gusta. Son los únicos que se han negado a instalar nada. En su piso hace tanto calor que en estos días gélidos estarían cómodos vistiendo una camiseta y pantalones cortos. Llevan muchos años en el edificio. Casi toda la vida, desde los "plácidos" días del franquismo que tanto añoran. Y no les va tener que cambiar. Así están cómodos, y consideran una afrenta que alguien diga ahora que paguen más por ello.

Mis vecinos votan a Vox.  No serán los únicos. Cuando la ya famosa manifestación de las tres derechas en Colón, el autobús 53 que pasa delante de nuestra casa iba hasta la bandera de "gente de bien", en el sentido tanto literal como figurativo por el uso extendido de los colores roja y gualda. Huelga decir que no vivo en Villaverde, aunque no importa, porque al parecer hasta los chinos de Usera militan en la formación de Santiago Abascal.

Mis vecinos también están hasta los guëvos del procés. A los catalanes habría que bombardearlos cada cincuenta años. Lo dijo Felipe V. Lo dice también mi vecino. Hoy no sé si trabajaría dicho monarca en Deloitte o en alguna otra empresa de consultoría en virtud de la calidad de sus consejos. Lo que significaba ser "constitucionalista" ayer y hoy. ¿Quién lo diría?

Lo de la zona de confort lo entenderían también las consultoras, aunque no sé si el concepto lo pillaría Felipe V. En su época dudo de que lo de los anglicismos se considerase un problema. En cualquier caso, aunque no se conozca el término, estar en la zona de confort es un lugar común en nuestro país, lo llamemos España, Madrid o Cataluña. Un lugar en el que todo se ve en blanco y negro. Los grises desaparecieron junto con el dictador -con perdón a mis vecinos que consideran que fue bastante más demócrata que los que tenemos ahora. Y en el lugar en el que yo vivo unas cosas están en monocromo y en el resto de los sitios de nuestra geografía también, aunque se vean de forma distinta.

Hoy por hoy es mejor no hablar mucho de política, por estas razones y otras. Como decía el Caudillo, "haga como yo, no se meta en política". En la actualidad la política es mejor dejarla a los profesionales, y a Twitter, donde puedes transmitir lo que realmente te digan tus entrañas aunque sea en modo desahogo. Pero ojo, nunca con medias tintas. La vida en monocromo hay que mantenerla en monocromo. Añadir un poco de amarillo o verde te volverá invisible. Dichas las cosas con claridad conseguirás apoyo y seguidores, porque en España las verdades son "como puños". No en vano, en este país de raíces católicas se llevan tantos siglos buscando la verdad absoluta, y con incuestionable éxito. Como hubiesen dicho los hermanos Marx si fuesen de Albacete, "las verdades son muchas y variadas y cualquiera que debata entre dos de ellas es terrorista".

Y tanto como se conoce la picaresca o la complejidad del sistema tarifario del Consorcio de Transportes de Madrid, nadie duda de que la imposibilidad de ponernos de acuerdo es lo que nos ha llevado a la parálisis, y al mismo tiempo nos resignamos a que las cosas no cambien. Tanto que los mismos que llevaban seis meses condenando con palabras malsonantes la incapacidad de nuestros políticos de alcanzar pactos, ahora definen el acuerdo entre Sánchez e Iglesias como obra de Satanás.

La zona de confort en España es resignarnos a que aunque nos pongamos todos de acuerdo en el diagnóstico, también nos pondremos de acuerdo en que es lo que hay, que no es para tanto, y que mejor dejarlo como está. Cierto es que lo mismo dicen mis vecinos respecto al amianto.

Llevo cerca a 20 años en este país. Mejor en ninguna parte. España también es mi zona de confort. Sin embargo, desde mis primeros días aquí recuerdo como luchaba para intentar comprender la contundencia con la que cada uno defendía sus verdades. Aunque pierdan la razón por completo, la seguirán defendiendo, y "con un par de huevos".

Es por eso que en Madrid hablar de relatores o de mesas de diálogo se considera un acto de sedición, y en Cataluña nadie aceptará sentarse a hablar hasta que los que tengan que sentarse con ellos no se hayan sometido a sus exigencias. ¿Empezar la casa por el tejado? ¿Por qué no? Somos así de diferentes.

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