Desde hace años soy consciente de cómo los medios de comunicación de cada país retratan su propia sociedad como algo ajeno al resto del mundo. Todo lo que se anuncia, incluso si afecta a la humanidad en su conjunto, se transmuta a través de las pantallas en un tema local. Bueno, no todo precisamente. Lo malo sí sigue siendo siempre ajeno y lo bueno se asume como propio. Sea una directiva europea, una subvención o una orden de la OMS, si es popular el Gobierno se echa flores y si genera protestas es culpa de Bruselas o de quien toca. Los de fuera, en fin. En este contexto tienen lugar el Brexit, los disparates de Trump o el odio de Salvini. Y en este contexto convivimos en realidades paralelas, cegados por las cortinas de humo que nos crean nuestros respectivos gobiernos, e igual de incapaces de entender qué pasa allende nuestras propias fronteras. Si esa es nuestra visión, es comprensible que las sociedades ya no sean capaces de comprender sus relaciones con el exterior porque franc
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