Morder la bala
La expresión en inglés, "bite the bullet", no tiene, que yo sepa, equivalente en español. Lo más parecido sería algo así como"tragar el veneno". Se refiere a aquellos momentos en los que sabes que la única salida a un problema va a ser dolorosa y lo único que te queda es aguantarte y dar un paso que, tarde o temprano, va a ser inevitable.
La frase es especialmente oportuna a la hora de la analizar la situación en la que se encuentra la política española. Sin embargo, no sólo carecemos del refrán. Tampoco disponemos de unos políticos capaces de dar ese paso adelante y de tomar una decisión que nos conducirá irrevocablemente a un realineamiento político que ya se ha visto en muchas otras partes del mundo, y con unas consecuencias todavía imprevisibles.
Dar ese paso supone reconocer, en primer lugar, que la alternancia entre la derecha y la izquierda ya se ha acabado. Que la única manera de perpetuar ese modelo es a través de alianzas contra natura (PSOE y Podemos con los nacionalistas o PP y C's con Vox), y que con ello lo único que se conseguirá serán gobiernos inestables que no contenten ni a unos ni a otros). En segundo lugar, que el populismo tampoco es una cosa de izquierda o derechas, que de la misma forma que la "derecha" de Salvini pudo pactar con la "izquierda" del Movimiento Cinco Estrellas", Podemos tiene más similitudes ideológicas con Vox que con el partido de Pedro Sánchez. Y que en tercer lugar, y quizás lo más importante, dibujar una alianza de partidos moderados supondrá también reconocer que la futura alternancia será entre partidos globalistas y localistas.
La victoria de Boris Johnson en el Reino Unido sólo sirve para confirmar esta tendencia. Un Partido Conservador transformado en Partido Populista ha ganado la partida tanto en sus viejos feudos rurales del sur de Inglaterra como en los bastiones obreros del norte, mientras el laborismo agoniza sin poder decidir de qué lado se quiere posicionar en este nuevo duelo. El izquierdismo de Corbyn ha fracasado estrepitosamente, no porque sus ideas no gusten sino porque los mismos votantes a los que recurre también se sienten atraídos por los mensajes populistas de derechas de Johnson o Farage, y porque han sido estos los que han sabido articular una alternativa atractiva, por muy engañosos que hayan sido sus eslóganes de "retomar el control" o de "llevar el Brexit a buen término". Tarde o temprano los laboristas también tendrán que morder la bala y decidir si quieren aliarse con sus socios naturales -los liberal-demócratas- y posicionarse como defensores de un país moderno, meritocrático y abierto al mundo, o si van a continuar con su agonía que sólo les llevará a atrofiarse en diferentes bandas, cada una sin rumbo.
Volviendo a España, llevamos un año en el que el Gobierno de Pedro Sánchez se ha mantenido en el mismo debate, y que no acaba de ponerse de acuerdo si le irá mejor con Podemos y Ciudadanos o en una gran coalición con el PP, y con un muy debilitado Ciudadanos. Esta última opción alejaría tanto al PP como al PSOE de una parte importante de sus votantes naturales y sin duda insuflaría aire a Podemos y Vox, que pasarían a la oposición y acabarían, tarde o temprano, tomando el relevo si además de la batalla política, los primeros no se muestran capaces de ganar la guerra de las ideas. Sin embargo, hoy por hoy se trata de una opción "constitucionalista" que probablemente sería bien recibida por una parte importante de la sociedad española y que permitiría un gobierno estable con mayor coherencia ideológica. Incluso permitiría un realineamiento de fuerzas a nivel local y regional, alejando a los partidos populistas de los gobiernos autonómicos.
Hasta ahora no han querido morder la bala, por el miedo a que a la larga el populismo se transforme en una opción creíble en contraposición de un "constitucionalismo" que muchos consideran de "élite". Sin embargo, no parece que el camino que recorren actualmente conduzca a sitio alguno.
La frase es especialmente oportuna a la hora de la analizar la situación en la que se encuentra la política española. Sin embargo, no sólo carecemos del refrán. Tampoco disponemos de unos políticos capaces de dar ese paso adelante y de tomar una decisión que nos conducirá irrevocablemente a un realineamiento político que ya se ha visto en muchas otras partes del mundo, y con unas consecuencias todavía imprevisibles.
Dar ese paso supone reconocer, en primer lugar, que la alternancia entre la derecha y la izquierda ya se ha acabado. Que la única manera de perpetuar ese modelo es a través de alianzas contra natura (PSOE y Podemos con los nacionalistas o PP y C's con Vox), y que con ello lo único que se conseguirá serán gobiernos inestables que no contenten ni a unos ni a otros). En segundo lugar, que el populismo tampoco es una cosa de izquierda o derechas, que de la misma forma que la "derecha" de Salvini pudo pactar con la "izquierda" del Movimiento Cinco Estrellas", Podemos tiene más similitudes ideológicas con Vox que con el partido de Pedro Sánchez. Y que en tercer lugar, y quizás lo más importante, dibujar una alianza de partidos moderados supondrá también reconocer que la futura alternancia será entre partidos globalistas y localistas.
La victoria de Boris Johnson en el Reino Unido sólo sirve para confirmar esta tendencia. Un Partido Conservador transformado en Partido Populista ha ganado la partida tanto en sus viejos feudos rurales del sur de Inglaterra como en los bastiones obreros del norte, mientras el laborismo agoniza sin poder decidir de qué lado se quiere posicionar en este nuevo duelo. El izquierdismo de Corbyn ha fracasado estrepitosamente, no porque sus ideas no gusten sino porque los mismos votantes a los que recurre también se sienten atraídos por los mensajes populistas de derechas de Johnson o Farage, y porque han sido estos los que han sabido articular una alternativa atractiva, por muy engañosos que hayan sido sus eslóganes de "retomar el control" o de "llevar el Brexit a buen término". Tarde o temprano los laboristas también tendrán que morder la bala y decidir si quieren aliarse con sus socios naturales -los liberal-demócratas- y posicionarse como defensores de un país moderno, meritocrático y abierto al mundo, o si van a continuar con su agonía que sólo les llevará a atrofiarse en diferentes bandas, cada una sin rumbo.
Volviendo a España, llevamos un año en el que el Gobierno de Pedro Sánchez se ha mantenido en el mismo debate, y que no acaba de ponerse de acuerdo si le irá mejor con Podemos y Ciudadanos o en una gran coalición con el PP, y con un muy debilitado Ciudadanos. Esta última opción alejaría tanto al PP como al PSOE de una parte importante de sus votantes naturales y sin duda insuflaría aire a Podemos y Vox, que pasarían a la oposición y acabarían, tarde o temprano, tomando el relevo si además de la batalla política, los primeros no se muestran capaces de ganar la guerra de las ideas. Sin embargo, hoy por hoy se trata de una opción "constitucionalista" que probablemente sería bien recibida por una parte importante de la sociedad española y que permitiría un gobierno estable con mayor coherencia ideológica. Incluso permitiría un realineamiento de fuerzas a nivel local y regional, alejando a los partidos populistas de los gobiernos autonómicos.
Hasta ahora no han querido morder la bala, por el miedo a que a la larga el populismo se transforme en una opción creíble en contraposición de un "constitucionalismo" que muchos consideran de "élite". Sin embargo, no parece que el camino que recorren actualmente conduzca a sitio alguno.