Esas pequeñas cosas que nos hacen diferentes y nos enriquecen - una reflexión
Ser británico en España y español en el Reino Unido. Se trata de la mayor paradoja de la diversidad. Nacimos únicos y a partir de allí los diferentes lazos que vamos construyendo a lo largo de la vida nos vuelven más y más complejos. Tejemos cada uno nuestra propia telaraña que sólo como individuos somos -algunas veces con gran dificultad- capaces de desentrañar cuando nos preguntan, "¿de dónde eres?" Sin embargo, vayamos donde vayamos, nos identifican no por las cosas que compartimos sino por las que nos diferencian. Por ser el "Englishman en New York", el españolito en Londres, el matemático en un congreso de filólogos, el vegetariano en las fiestas de San Martín.
En mi caso he tenido la oportunidad de vivir en diferentes lugares y continentes. Mi existencia ha sido igual o más internacional que la mayoría de los que hoy prometen en Londres un futuro más global después de romper los lazos políticos y económicos con los 27 países con los que Gran Bretaña tiene mayor proximidad y afinidad a nivel histórico, cultural y de negocios. He tenido la fortuna de pasar 12 meses de mi vida en la Cuba de Castro, un año en la Argentina de Carlos Menem, mis años formativos en el Reino Unido, y la mayor parte de mi vida adulta en Madrid. Con cada uno de estos países sigo conservando lazos, amistades, relaciones familiares. Cada una de estas experiencias me han enriquecido como persona. Ya forman parte de mí, pero no por ello he dejado de ser también europeo. Una Europa que mira hacia fuera, que se relaciona con todo el mundo, una unión de países con historias riquísimas, y que juntos construyen todo un universo y permiten el aprendizaje ad infinitum.
Los tres países con los que hoy mantengo vínculos más fuertes no tienen que envidiar a nadie su carácter global. La España donde pazco, además de formar parte desde 1986 de la Comunidad Europea, sigue teniendo una relación fortísima con sus viejas colonias en Latinoamérica y Asia. Las similitudes entre los sistemas legales o entre las estructuras de las instituciones culturales y académicas confirman que cuando dos países se separan, unos invisibles lazos los siguen uniendo y, por mucho que se diga que cada uno seguirá su propio camino, el afecto o incluso el amor perduran en el tiempo. El Reino Unido donde nací es otro país que antaño pudo presumir de que el sol nunca se ponía en su imperio, y que hoy, aunque le espera un futuro más húmedo y más gris, también mantiene ese sentimiento de morriña, añorando por turnos su relación con el continente europeo y su Commonwealth. Y sobre la Turquía a la que me unió el amor poco hay que añadir que no se sepa sobre su poderío, tanto hoy como ayer, virtud de su posición estratégica entre Europa y Asia, la presencia del Bósforo como ruta estratégica de comercio por todo el mundo y el poderío histórico del Imperio Otomano.
Ayer en la BBC, en un programa especial para marcar la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, una periodista polaca sorprendió a sus anfitriones comentando que había conseguido tejer tres bufandas mientras en el Parlamento Europeo se debatían, cual Día de la Marmota, el Acuerdo de Retirada. Pues, ¿cuántas bufandas se pueden tejer a lo largo de una vida entre tantos países?
Mi casa no está repleta concretamente de bufandas pero sí de objetos, souvenirs, cuadros, libros que cada uno hemos coleccionado a lo largo de muchos años. Nos dan color y nos hacen sentir que nuestra identidad no es algo monocromo sino un arcoíris de colores, cada uno que nos aporta algo especial. Y es por este motivo que nunca llegaré a entender por qué hace tres años los británicos decidieron que tenían que elegir de qué parte de su identidad debían renunciar. Fue una decisión completamente innecesaria. No les ha permitido y no les permitirá construir nada nuevo. Es sólo destrucción, romper puentes, excluir, empobrecerse.
Ver por la tele los eventos de ayer, observar como dos funcionarios británicos retiraban con solemnidad su bandera del Parlamento Europeo me ha generado no sé si tristeza pero sí descomprensión. Descomprensión de cómo un país puede optar por olvidar por completo las cosas que unen a su pueblo al resto de Europa y de pensar que rompiendo esos vínculos se hará más fuerte. Ha sido una decisión completamente innecesaria, impulsada únicamente por el engaño y por un deseo de épica que en absoluto se va a concretar. Mientras tanto, cada uno de nosotros seguirá siendo más rubio, más moreno, más alto, más bajo, más inglés, más español, más gordo o más flaco, en función de donde se encuentre y con quien se encuentre en cada momento. No renunciaré a nada de eso. Me hace sonreír, por mucho que sepa que esas diferencias, ese color, sólo es la milésima parte de lo que somos. Y que todo lo demás es unión, y experiencia compartida. Boris Johnson dijo a una niña que cuando te has metido en un agujero muy grande, lo único que puedes hacer es seguir horadando. Pues, yo le replico que cuando una araña empieza a tejer, lo único que le queda es seguir tejiendo. Johnson quiere destejer la historia. Será mejor que se pierda en el fondo del pozo en el que ha metido a su paisanos.
En mi caso he tenido la oportunidad de vivir en diferentes lugares y continentes. Mi existencia ha sido igual o más internacional que la mayoría de los que hoy prometen en Londres un futuro más global después de romper los lazos políticos y económicos con los 27 países con los que Gran Bretaña tiene mayor proximidad y afinidad a nivel histórico, cultural y de negocios. He tenido la fortuna de pasar 12 meses de mi vida en la Cuba de Castro, un año en la Argentina de Carlos Menem, mis años formativos en el Reino Unido, y la mayor parte de mi vida adulta en Madrid. Con cada uno de estos países sigo conservando lazos, amistades, relaciones familiares. Cada una de estas experiencias me han enriquecido como persona. Ya forman parte de mí, pero no por ello he dejado de ser también europeo. Una Europa que mira hacia fuera, que se relaciona con todo el mundo, una unión de países con historias riquísimas, y que juntos construyen todo un universo y permiten el aprendizaje ad infinitum.
Los tres países con los que hoy mantengo vínculos más fuertes no tienen que envidiar a nadie su carácter global. La España donde pazco, además de formar parte desde 1986 de la Comunidad Europea, sigue teniendo una relación fortísima con sus viejas colonias en Latinoamérica y Asia. Las similitudes entre los sistemas legales o entre las estructuras de las instituciones culturales y académicas confirman que cuando dos países se separan, unos invisibles lazos los siguen uniendo y, por mucho que se diga que cada uno seguirá su propio camino, el afecto o incluso el amor perduran en el tiempo. El Reino Unido donde nací es otro país que antaño pudo presumir de que el sol nunca se ponía en su imperio, y que hoy, aunque le espera un futuro más húmedo y más gris, también mantiene ese sentimiento de morriña, añorando por turnos su relación con el continente europeo y su Commonwealth. Y sobre la Turquía a la que me unió el amor poco hay que añadir que no se sepa sobre su poderío, tanto hoy como ayer, virtud de su posición estratégica entre Europa y Asia, la presencia del Bósforo como ruta estratégica de comercio por todo el mundo y el poderío histórico del Imperio Otomano.
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Ayer en la BBC, en un programa especial para marcar la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, una periodista polaca sorprendió a sus anfitriones comentando que había conseguido tejer tres bufandas mientras en el Parlamento Europeo se debatían, cual Día de la Marmota, el Acuerdo de Retirada. Pues, ¿cuántas bufandas se pueden tejer a lo largo de una vida entre tantos países?
Mi casa no está repleta concretamente de bufandas pero sí de objetos, souvenirs, cuadros, libros que cada uno hemos coleccionado a lo largo de muchos años. Nos dan color y nos hacen sentir que nuestra identidad no es algo monocromo sino un arcoíris de colores, cada uno que nos aporta algo especial. Y es por este motivo que nunca llegaré a entender por qué hace tres años los británicos decidieron que tenían que elegir de qué parte de su identidad debían renunciar. Fue una decisión completamente innecesaria. No les ha permitido y no les permitirá construir nada nuevo. Es sólo destrucción, romper puentes, excluir, empobrecerse.
Ver por la tele los eventos de ayer, observar como dos funcionarios británicos retiraban con solemnidad su bandera del Parlamento Europeo me ha generado no sé si tristeza pero sí descomprensión. Descomprensión de cómo un país puede optar por olvidar por completo las cosas que unen a su pueblo al resto de Europa y de pensar que rompiendo esos vínculos se hará más fuerte. Ha sido una decisión completamente innecesaria, impulsada únicamente por el engaño y por un deseo de épica que en absoluto se va a concretar. Mientras tanto, cada uno de nosotros seguirá siendo más rubio, más moreno, más alto, más bajo, más inglés, más español, más gordo o más flaco, en función de donde se encuentre y con quien se encuentre en cada momento. No renunciaré a nada de eso. Me hace sonreír, por mucho que sepa que esas diferencias, ese color, sólo es la milésima parte de lo que somos. Y que todo lo demás es unión, y experiencia compartida. Boris Johnson dijo a una niña que cuando te has metido en un agujero muy grande, lo único que puedes hacer es seguir horadando. Pues, yo le replico que cuando una araña empieza a tejer, lo único que le queda es seguir tejiendo. Johnson quiere destejer la historia. Será mejor que se pierda en el fondo del pozo en el que ha metido a su paisanos.