Un cabaret falto de glamour
28 meses lleva en cartelera el espectáculo musical, Cabaret, en el Nuevo Teatro Alcalá de Madrid. La han visto más de 700.000 espectadores, algo no muy sorprendente teniendo en cuenta la cantidad de publicidad que ha recibido en la televisión, la radio y la prensa. Lo que tal vez sí sorprenda a los recién iniciados en el teatro madrileño, es que siga todavía allí cuando, a juicio de la presentación del pasado jueves 11 de mayo, ya no consiguen llenar ni la tercera parte de las butacas.
Llama la atención que, a diferencia de lo que sucede en otras grandes capitales europeas, uno puede pasar por delante de casi cualquier teatro del centro de Madrid un viernes o sábado por la noche, y ver que en la media hora previa al estreno, se siguen vendiendo entradas en la taquilla. Algo imposible en ciudades como Londres, París o Nueva York, donde para ver un musical tienes que reservar con hasta 3 meses de antelación, a menos que estés preparado para pagar los precios desorbitantes de los 'ticket touts' (profesionales de la reventa de entradas), que se posicionan estratégicamente en las calles aledañas de los grandes teatros y hacen un impresionante negocio con los turistas de medio mundo.
Al público madrileño le atraen los multicines que se multiplican en los centros comerciales de las afueras de la ciudad. En cambio, para los que quieran entrar en las pocas salas del centro de Madrid que proyectan películas en 'versión original' , les esperan grandes colas, sobre todo los fines de semana. Mientras, a la hora de ir al teatro, les falta el entusiasmo y el glamour que debe asociarse con esta llamada afición.
Hace un par de meses, en un interesante artículo del periódico El País, se comentó que, a diferencia del Teatro Español, que se alimenta del público que acude a la Plaza de Santa Ana para visitar a los múltiples bares o restaurantes de la zona, falta una cultura del espectáculo en torno a las demás salas de espectáculo de la capital española. Faltan librerías o restaurantes temáticos que atraigan el público a estas zonas y que ayuden a estimular la demanda de la alta cultura de la industria de la creación escenográfica. Pero esto sólo es uno de los síntomas de un problema de mayor calado: la falta de entusiasmo de las nuevas generaciones de madrileños por el teatro en sí.
Sólo hay que ir a Buenos Aires, a Praga, a Viena, o a Milán, para poder comparar el nivel de participación del público con el de la 'villa y corte' madrileña. Por supuesto, si están descontentos con la actuación, lo demuestran, y sin pelos en la lengua. Pero cuando están a gusto, aplauden, gritan "Encore!", "¡Otra!", "¡Bravo!", y alimentan el espectáculo, involucrándose de lleno en la experiencia global. Incluso los 'flemáticos' ingleses sueltan sus inhibiciones y animan o vitorean a los actores y actoras como verdaderos apasionados al teatro.
Los productores españoles de la obra de Sam Mendes han hecho un esfuerzo loable para aumentar la participación de los espectadores, conviertiendo todo el Teatro Alcalá en un cabaret al puro estilo del Berlin de 1931. Los camareros ofrecen vino y otras copas a un público expectante, y la iluminación intenta llevar a la gente a entrarse de lleno en la vida del Kit Kat Club, el mítico night club berlinés. Pero, por lo menos en la noche del 11 de mayo, no lo consiguieron. Las dimensiones del teatro, con un patio de butacas excesivamente ancho y redondeado, hacía que el escenario pareciera demasiado distante y frío. Y a pesar de la brillante actuación por parte del elenco, la mala acústica de la sala sólo sirvió para aumentar ese distanciamiento. Aunque al final de la obra el público aplaudiera con relativo entusiasmo, su reacción fue demasiado sobria para una obra que ya ha sido denominada el mayor éxito recaudatorio de la historia de los musicales en España. Apenas habían intervenido durante el resto de la duración de la obra, o si lo hicieron, no fue con más entusiasmo que el que se consigue en los show del popular restaurante, 'Gula Gula'. Faltó pasión, faltó profundidad en el guión, la historia rozaba el kitch pero sin conseguir la complicidad de la audiencia, y el que yo ya mirara el reloj antes de la pausa para ver cuanto quedaba del suplicio de estar en un asiento tan incómodo, pudo ser una indicación de cuanto hay que hacer para que los españoles realmente se enamoren de este género musical.
Llama la atención que, a diferencia de lo que sucede en otras grandes capitales europeas, uno puede pasar por delante de casi cualquier teatro del centro de Madrid un viernes o sábado por la noche, y ver que en la media hora previa al estreno, se siguen vendiendo entradas en la taquilla. Algo imposible en ciudades como Londres, París o Nueva York, donde para ver un musical tienes que reservar con hasta 3 meses de antelación, a menos que estés preparado para pagar los precios desorbitantes de los 'ticket touts' (profesionales de la reventa de entradas), que se posicionan estratégicamente en las calles aledañas de los grandes teatros y hacen un impresionante negocio con los turistas de medio mundo.
Al público madrileño le atraen los multicines que se multiplican en los centros comerciales de las afueras de la ciudad. En cambio, para los que quieran entrar en las pocas salas del centro de Madrid que proyectan películas en 'versión original' , les esperan grandes colas, sobre todo los fines de semana. Mientras, a la hora de ir al teatro, les falta el entusiasmo y el glamour que debe asociarse con esta llamada afición.
Hace un par de meses, en un interesante artículo del periódico El País, se comentó que, a diferencia del Teatro Español, que se alimenta del público que acude a la Plaza de Santa Ana para visitar a los múltiples bares o restaurantes de la zona, falta una cultura del espectáculo en torno a las demás salas de espectáculo de la capital española. Faltan librerías o restaurantes temáticos que atraigan el público a estas zonas y que ayuden a estimular la demanda de la alta cultura de la industria de la creación escenográfica. Pero esto sólo es uno de los síntomas de un problema de mayor calado: la falta de entusiasmo de las nuevas generaciones de madrileños por el teatro en sí.
Sólo hay que ir a Buenos Aires, a Praga, a Viena, o a Milán, para poder comparar el nivel de participación del público con el de la 'villa y corte' madrileña. Por supuesto, si están descontentos con la actuación, lo demuestran, y sin pelos en la lengua. Pero cuando están a gusto, aplauden, gritan "Encore!", "¡Otra!", "¡Bravo!", y alimentan el espectáculo, involucrándose de lleno en la experiencia global. Incluso los 'flemáticos' ingleses sueltan sus inhibiciones y animan o vitorean a los actores y actoras como verdaderos apasionados al teatro.
Los productores españoles de la obra de Sam Mendes han hecho un esfuerzo loable para aumentar la participación de los espectadores, conviertiendo todo el Teatro Alcalá en un cabaret al puro estilo del Berlin de 1931. Los camareros ofrecen vino y otras copas a un público expectante, y la iluminación intenta llevar a la gente a entrarse de lleno en la vida del Kit Kat Club, el mítico night club berlinés. Pero, por lo menos en la noche del 11 de mayo, no lo consiguieron. Las dimensiones del teatro, con un patio de butacas excesivamente ancho y redondeado, hacía que el escenario pareciera demasiado distante y frío. Y a pesar de la brillante actuación por parte del elenco, la mala acústica de la sala sólo sirvió para aumentar ese distanciamiento. Aunque al final de la obra el público aplaudiera con relativo entusiasmo, su reacción fue demasiado sobria para una obra que ya ha sido denominada el mayor éxito recaudatorio de la historia de los musicales en España. Apenas habían intervenido durante el resto de la duración de la obra, o si lo hicieron, no fue con más entusiasmo que el que se consigue en los show del popular restaurante, 'Gula Gula'. Faltó pasión, faltó profundidad en el guión, la historia rozaba el kitch pero sin conseguir la complicidad de la audiencia, y el que yo ya mirara el reloj antes de la pausa para ver cuanto quedaba del suplicio de estar en un asiento tan incómodo, pudo ser una indicación de cuanto hay que hacer para que los españoles realmente se enamoren de este género musical.