Hoy somos más libres
Esta semana se ha roto el mito, promovido por la mayoría de los medios de comunicación, de que la oposición a las corridas de toros es exclusivamente un fenómeno extranjero, y de que los españoles cuando juran la bandera, también juran el amor por una tradición antiquísima que representa un aspecto esencial de la cultura del país.
En mi caso, peco de ser extranjero (Llevo 10 años en España, país al que siento una gran afinidad pero no por eso dejo de ser 'guiri'), vegetariano y antitaurino. Por eso, es motivo de especial alegría ver cómo de un día para otro, los medios se han visto obligados a asumir, por primera vez en la historia, que muchos españoles también defienden los derechos de los animales y tienen una visión más escéptica sobre algunos elementos de la 'cultura oficial'.
Soy antitaurino pero no soy talibán, ni por religión ni por ética ni por cultura. Reconozco que la lidia tiene una larga historia y que desata mucha pasión, tanto en favor como en contra. Tengo muchos amigos protaurinos y son todos muy majos. Todos tenemos nuestras virtudes y nuestros vicios por lo que no soy yo el que debe juzgar a los que disfrutan con espectáculos de tortura y muerte a ritmo de pasadoble. Lo han hecho durante siglos y cuando alguien arranca una parte tan importante de la identidad de las personas, puede ser muy traumático. Siendo inglés, no olvido cuanto sufrieron las clases trabajadoras en mi país cuando se transformó la economía en los años '80 y se cerraron todas las minas y la industria del norte. El vacío identitario todavía es patente en muchas ciudades, homogeneizadas con ningún sentido de orgullo o de pertenencia a una sociedad o una cultura, que no sea la esteril comunidad capitalista y globalizada.
Por eso, hoy no celebro la muerte de una tradición, aunque sí me parece un progreso que en una región tan importante como Cataluña se decide de forma democrática avanzar, aunque sea un poco, en el capítulo de los derechos de los animales. Me parece positivo que se haya producido este cambio de mentalidad que también refleja en mi opinión un creciente orgullo por otros aspectos de la cultura catalana que no se alimentan de la violencia. Sin embargo, hoy me conformo con la satisfacción de ver de qué manera se ha demostrado que la opinión pública en España es más diversa que la que se transmite en los periódicos tanto nacionales como extranjeros. Ver que por primera vez los que nos oponemos a la 'fiesta nacional' tenemos voz y voto, y como poco a poco los políticos y medios de comunicación de todo el país tendrán que asumir esta nueva realidad de un país más moderno, más diverso, y menos encerrado en sí mismo.
Es el país que mejor conozco y que más quiero. Es el país que descubro cada día cuando salgo a la calle y hablo con la gente. Una de las mejores cosas de España precisamente es la libertad de poder debatir y luchar por tus ideas, (casi) hasta la muerte, y terminar tan amigos como al principio. Los políticos y los medios (principalmente los madrileños de derechas) no dejarán de transmitir su agonía al ver que un tema como este se les ha ido de las manos, y que el debate público ya no tiene que girar en torno a un concepto cerrado de la 'cultura' basada en valores de otros siglos, sino en torno a valores democráticos en los que cada uno tiene voz y los argumentos se ganan recurriendo a la razón y no a la imposición con sangre del sentido de ética de nuestros antepasados.
En mi caso, peco de ser extranjero (Llevo 10 años en España, país al que siento una gran afinidad pero no por eso dejo de ser 'guiri'), vegetariano y antitaurino. Por eso, es motivo de especial alegría ver cómo de un día para otro, los medios se han visto obligados a asumir, por primera vez en la historia, que muchos españoles también defienden los derechos de los animales y tienen una visión más escéptica sobre algunos elementos de la 'cultura oficial'.
Soy antitaurino pero no soy talibán, ni por religión ni por ética ni por cultura. Reconozco que la lidia tiene una larga historia y que desata mucha pasión, tanto en favor como en contra. Tengo muchos amigos protaurinos y son todos muy majos. Todos tenemos nuestras virtudes y nuestros vicios por lo que no soy yo el que debe juzgar a los que disfrutan con espectáculos de tortura y muerte a ritmo de pasadoble. Lo han hecho durante siglos y cuando alguien arranca una parte tan importante de la identidad de las personas, puede ser muy traumático. Siendo inglés, no olvido cuanto sufrieron las clases trabajadoras en mi país cuando se transformó la economía en los años '80 y se cerraron todas las minas y la industria del norte. El vacío identitario todavía es patente en muchas ciudades, homogeneizadas con ningún sentido de orgullo o de pertenencia a una sociedad o una cultura, que no sea la esteril comunidad capitalista y globalizada.
Por eso, hoy no celebro la muerte de una tradición, aunque sí me parece un progreso que en una región tan importante como Cataluña se decide de forma democrática avanzar, aunque sea un poco, en el capítulo de los derechos de los animales. Me parece positivo que se haya producido este cambio de mentalidad que también refleja en mi opinión un creciente orgullo por otros aspectos de la cultura catalana que no se alimentan de la violencia. Sin embargo, hoy me conformo con la satisfacción de ver de qué manera se ha demostrado que la opinión pública en España es más diversa que la que se transmite en los periódicos tanto nacionales como extranjeros. Ver que por primera vez los que nos oponemos a la 'fiesta nacional' tenemos voz y voto, y como poco a poco los políticos y medios de comunicación de todo el país tendrán que asumir esta nueva realidad de un país más moderno, más diverso, y menos encerrado en sí mismo.
Es el país que mejor conozco y que más quiero. Es el país que descubro cada día cuando salgo a la calle y hablo con la gente. Una de las mejores cosas de España precisamente es la libertad de poder debatir y luchar por tus ideas, (casi) hasta la muerte, y terminar tan amigos como al principio. Los políticos y los medios (principalmente los madrileños de derechas) no dejarán de transmitir su agonía al ver que un tema como este se les ha ido de las manos, y que el debate público ya no tiene que girar en torno a un concepto cerrado de la 'cultura' basada en valores de otros siglos, sino en torno a valores democráticos en los que cada uno tiene voz y los argumentos se ganan recurriendo a la razón y no a la imposición con sangre del sentido de ética de nuestros antepasados.