Los medios británicos poco tienen que aportar a España sobre cómo solucionar la cuestión catalana
Los medios extranjeros -y en particular, los británicos- están muy habituados a dar consejos a los demás. El problema surge cuando ya es de por sí sesgada la información que utilizan para formar su opinión. Algo que ocurre cuando sólo son capaces de ver lo que ocurre allende sus fronteras a través del prisma de la experiencia propia.
Algo así ocurrió la semana pasada, cuando en relación al procés catalán el diario The Times criticó al Gobierno español en un duro editorial, por poner la persecución judicial por encima de la búsqueda del diálogo para dar respuesta a la cuestión catalana.
Si bien es cierto que Mariano Rajoy no destaca precisamente por sus habilidades negociadoras, tiene gracia ver como los medios de un país tan centralizado como el Reino Unido intentan ofrecerse como ejemplo para encontrar una solución al problema de las fuerzas centrífugas del sistema autonómico español. Parece que tras su experiencia -no precisamente exitosa- de organizar referéndums, los británicos ahora creen que la democracia directa es la mejor solución ante cualquier conflicto democrático que ponga en riesgo la integridad de un país. Poco les parece cambiar de opinión el hecho de que los tres referéndums británicos de los últimos años les hayan reportado tan pocos beneficios.
Como recordatorio, el ex mandatario británico, David Cameron, convocó, en primera instancia, un referéndum sobre el sistema electoral, como concesión a su pareja en el Gobierno, el partido liberal demócrata, que buscaba un sistema más proporcional. El Primer Ministro, sin embargo, se opuso a la reforma y ganó, manteniendo las cosas exactamente como estaban antes, de forma que lograría tres años después la mayoría absoluta, relegando al tercer partido en la Cámara de los Comunes a la irrelevancia.
En segundo lugar, convocó un referéndum sobre la independencia de Escocia, una región que tan solo unos años antes, gracias a su antecesor Tony Blair, se había ganado mayor autonomía, incluyendo un parlamento propio. Pero que todavía distaba mucho del nivel de auto gobierno que en el caso de España disfrutan El País Vasco, Cataluña o Navarra. A pocos días del referéndum, cuando los sondeos empezaban a apuntar a una victoria del nacionalismo escocés, y consecuencia de un ataque de pánico generalizado entre los soberanistas británicos, Cameron prometió a Escocia un grado de autonomía superior en caso de votar en contra del divorcio. Su estrategia surto efecto, y poco después de ganar la consulta, se olvidó convenientemente de sus promesas y Escocia acabó exactamente como estaba antes, con el mismo nivel de autonomía y una ciudadanía más amargada aún con el centrismo londinense. Cabe añadir que tras el susto de los días anteriores al referéndum, su sucesora en el cargo, Theresa May, ha prometido que no habrá otro referéndum en Escocia para por lo menos una generación. Ya veremos como acaba eso.
Y en tercer y último lugar -esta vez para solucionar un problema interno en su partido ampliando la dimensión del conflicto a nivel nacional-, logró la salida de su país de la Unión Europea. Una decisión que pocos dudan va completamente en contra del interés del Reino Unido y de sus ciudadanos, y que además, ha partido al país por la mitad, llevando de nuevo al centro del debate el futuro de la unión entre Inglaterra, Escocia e Irlanda del Norte.
Con estos antecedentes, no parece que los británicos estén bien posicionados para dar lecciones a los demás sobre los méritos de la democracia directa frente a la representativa. Si alguna lección nos pueden dar, es que la ausencia de una constitución escrita en el Reino Unido, y la poca importancia que sus instituciones parecen dar a los derechos adquiridos, muestra precisamente el camino que ningún otro país debería seguir.
Sin embargo, más allá del poco conocimiento del sistema político español, otra cosa que ignoran es cuánto ha evolucionado este país en los últimos 20 años. Y lo que es palpable en las calles es un cambio de actitud y filosofía muy importante entre las generaciones más jóvenes en cuanto al civismo y la participación ciudadana. Si hace poco más de una década, parecía un lugar común en España asumir que las leyes existían para ser ignoradas, las nuevas generaciones exigen un trato igualitario entre ciudadanos y regiones y no entienden que por alguna razón histórica se deban seguir dando privilegios a unos con el interés de cohesionar un país, cuando los mismos políticos que promueven esos privilegios lo hacen precisamente para fragmentarlo y romperlo. El éxito de partidos como Ciudadanos (C's) se debe precisamente a este cambio de actitud, que es laudable, y nos ofrece uno de los (pocos) signos de confianza respecto a nuestro devenir futuro.
En este contexto, el fenómeno nacionalista catalán no representa un grito popular a favor de mayor progreso y autonomía o de mayor diálogo desde Madrid frente a una sociedad más 'vanguardista', como algunos curiosamente siguen definiendo a la catalana. Sino de un intento de los partidos nacionalistas catalanes, que llevan décadas hegemonizando el poder, de defenderse frente al tsunami que en todo el mundo, y especialmente en España está acabando con los tradicionales sistemas bipartidistas. Curioso es que mientras a nivel nacional los tradicionales partidos hegemónicos, PSOE y PP, se ven superados por rivales como Ciudadanos o Podemos, en Cataluña los que defienden la 'desconexión' de España son los mismos de siempre.
La crisis catalana supone un problema muy grave para España y nuestros políticos, al igual que los ciudadanos, deben abrirse a escuchar las opiniones de terceros. Encerrarse y defender el estatus quo por puro orgullo patrio con el argumento de que "Spain is Different" no es, desde luego, la solución. Sin embargo, también debemos elegir bien a nuestros asesores. Porque a los que hace 20 años argumentaban que España sólo acabaría con ETA a través del diálogo y de permitir a los terroristas participar en las instituciones, el tiempo acabó quitándoles la razón. Y de momento no parece que esta vez vaya a ser diferente. Pues, tan importante como escuchar es acertar.