Aquellos cerebros imparables
Hace
años, los que emigraban de Europa, principalmente a las Américas, iban sin
billete de vuelta. Las distancias y los costes de trasladarse eran tales que en
la mayoría de los casos no existía la posibilidad de regresar, al menos en el
corto plazo.
Hoy,
no es así. Los que tenemos la fortuna de haber nacido en los países avanzados, y de tener un cierto nivel
cultural, formamos parte de un mercado laboral que es cada vez más global y tan
grande como nuestra inquietud y afán explorador. Ante esta realidad, es comprensible
que cuando no existan oportunidades laborales en un sitio iremos a otro para
poder así ganar más experiencia allá donde nos toque. Lo mismo que ocurre en
sentido inverso en los tiempos de bonanza económica.
Me
resulta, por lo tanto, bastante absurdo leer editoriales como el de El
País de hoy, que habla de una transferencia de talento perjudicial para los
intereses de España, país que ha financiado su formación. Me pregunto qué
esperan. ¿Que estos profesionales se queden en España para engrosar las filas
de paro y perder empleabilidad?
Es precisamente el nivel sociocultural y la educación de estos españoles el principal factor que les permite marcharse y ganar experiencia,
abrirse al mundo, y quizás algún día regresar para aportar algo de lo que han
aprendido para hacer avanzar su país.La
educación de la que se han beneficiado –todo lo opuesto a lo que sugiere el editorial-
abre un círculo virtuoso que no hará más que beneficiar a largo plazo a la
economía local. Lo único que hace falta para que vuelvan es que los políticos españoles y
europeos tomen las medidas que permitan que los jóvenes españoles tengan las
mismas oportunidades que tuvieron los que lideraron la economía durante la transición de crear
empresas y de generar riqueza. Las mismas oportunidades que tantos empresarios hoy envejecidos, millonarios e incapaces de levantarse de una vez de sus sillas
para ceder el protagonismo a las generaciones más jóvenes, les quieren negar.
El
otro día vi un reportaje de la TVE sobre los nuevos emprendedores españoles.
Entrevistaron a unos cuantos y la casi totalidad de ellos tenían un denominador
común. Contaban con padres -y en algunos casos abuelos- con la capacidad y la
buena disposición de financiar el 100% de su inversión, es decir, unas cifras de
30.000 euros para arriba. El canal público no fue capaz de identificar ni a uno
sólo que hubiera conseguido el apoyo de alguna entidad financiera. Y seguramente había unos cuantos con hipotecas adquiridas a los años gordos, como si aquello se hubiera tratado de una buena inversión.
Ante
esta realidad en la que las oportunidades empresariales se limitan a una élite con suficiente capital económico como para financiar las hazañas de sus descendientes biológicos, que los más preparados se marchen a tierras más fértiles
es tan real como inevitable. Pero si se quiere que algún día vuelvan, la política del
avestruz ya no servirá a los dirigentes españoles. Quizás cuando se levanten y
abran los ojos, también se abra la oportunidad para que este país vuelva a
arrancar y a atraer tanto a sus ciudadanos como a más personas como yo, que se
educaron gracias a los contribuyentes de otros países, unos países que no nos
critican con aquella mentalidad provinciana por querer conocer mundo y crecer tanto
personal y profesionalmente.