Una masa manipulada y poco crítica es el caldo de cultivo para los extremistas
El
espectro ideológico adopta una forma esférica. Bastante parecido al planeta
Tierra, uno puede dirigirse hacia el Este o hacia el Oeste sin llegar nunca al “final”.
Sólo con las mejores herramientas geométricas –bastante mejores que las que
tenía Cristobal Colón, por cierto- uno puede darse cuenta de si realmente ha
alcanzado el extremo de lo que en términos geopolíticos se conoce como Occidente
o si en realidad está otra vez en Oriente. Con la única diferencia que en vez
de Oriente y Occidente hablamos de Izquierda y Derecha.
Colón,
al llegar a la isla que luego se llamaría La Española, creía haber llegado a la
India. Todavía le faltaba un buen recorrido para llegar tan lejos. Sin embargo,
de la misma forma, hoy en día hay mucha gente que quiere definirse como ‘de
izquierdas’, pero que en realidad ha alcanzado unas posiciones tan extremas que
les cuesta distinguir sus ideas de las que geopolíticamente están en sus
antípodas, pero que en realidad están a unos pocos kilómetros de distancia.
Está
de moda, por ejemplo, entre los votantes –y abstencionistas- de izquierdas
criticar no sólo a los que impongan políticas que les desfavorezcan sino a toda
la clase política española. Colectivo que califican de corrupto, avaricioso y alejado
de los problemas reales de los ciudadanos. Desde luego, la política en España
es mejorable en muchos aspectos: El sistema de listas da demasiado poder a los
partidos políticos e impide que los diputados voten en función de las
necesidades de los ciudadanos de su circunscripción. (También es verdad que en países
como el Reino Unido, tan celebrado últimamente por la derecha española, donde
cada diputado es elegido de forma directa, llegan críticas similares porque al
fin y al cabo es la dirección del partido en Londres la que más influye en la
elección de los candidatos, por encima de la organización local). La estructura
autonómica ha permitido numerosos excesos por parte de los representantes
regionales y se han creado muchos cargos políticos innecesarios. Sin embargo,
estos problemas, por muy reales que sean, tienen relativamente poco que ver con
el sufrimiento actual de tantos españoles, que se debe principalmente a una
crisis económica con sus orígenes en un modelo de crecimiento basado en la
construcción. Un modelo que por muchos años funcionó y que en su día contaba
con el aval no sólo de los políticos sino también de muchos ciudadanos quienes
veían como les generaba riqueza a corto plazo. Así es la democracia. No sólo se
equivocan los políticos. También lo hacen los ciudadanos. Y hay que ser muy nerd para pensar que todo se va a
solucionar con un sistema electoral más proporcional.
Ahora
hay que cambiar muchas cosas. No es normal que un país con el nivel de
desarrollo del tejido económico y social de España tenga el mismo nivel de paro
de países que padecen sistemas totalitarios o que rozan la más extrema pobreza.
Hay que hacer algo para acabar con la economía clandestina y para poner fin a
una situación en la que unos pocos cotizan para pagar la Seguridad Social, la
sanidad y la educación de todos. Y esta no es una guerra de pobres contra ricos.
Incluso entre las clases medias son miles y miles los que aprovechan esta
situación para poder contar con algo más para pagar sus gastos de mes a mes.
Son
problemas que en una sociedad democrática madura se pueden analizar, debatir y
al final de todo solucionar, pero para ello necesitamos reforzar las
instituciones democráticas y no debilitarlas. Y es allí que, en mi opinión
existe la diferencia entre gran parte de la izquierda moderada y la derecha
extrema, una diferencia que debido a la escasa frontera entre los dos extremos
muchas veces genera confusión y permite que demasiados ciudadanos se dejen
manipular por la otra banda para dar fuelle a sus objetivos autoritarios.
Hace
unas semanas empezó a circular a través de las redes sociales un artículo que
llevaba el título, “El
ignorado artículo publicado en Alemania sobre la situación real de España”,
y a continuación la entradilla, “Traducción de un artículo publicado en
varios periódicos económicos alemanes, por su corresponsal en España”
escrito por una periodista llamada Stephanie Claudia Müller. En
realidad, el artículo ni se había publicado en Alemania, ni la había escrito la
mencionada periodista –o, por lo menos, no ella sola-, y desde luego, no había
sido ignorado en España. Se había publicado en El
Confidencial, y llevaba también la firma de Roberto Centeno, tertuliano
de la derecha desacomplejada de Intereconomía. Sin embargo, el mero indicio de
una conspiración de censura que sugería el título de la versión viral fue
suficiente para que tuviera gran repercusión en la Red y especialmente entre el
colectivo de izquierdas definido como ‘antisistema’. Incluía algunas de las
siguientes afirmaciones:
- “España no es Grecia, pero España puede ser un paciente crónico si Alemania, junto con Europa, no contribuye a solucionar sus verdaderos problemas”.
- “España no debería recibir más dinero sin que se cambie a fondo el sistema político y económico, hoy en manos de una oligarquía política aliada con la oligarquía económica y financiera, y sin que se aumente la participación ciudadana real en las decisiones políticas”.
- “Para no perpetuar la crisis y endeudar a los españoles durante generaciones, el Gobierno español debe reformar a fondo la administración de las comunidades autónomas y los ayuntamientos, en su mayoría en bancarrota y completamente fuera de control, sometiendo a referéndum el modelo de Estado”.
- “….las regiones, ayuntamientos y diputaciones son los responsables de los dos tercios del gasto público -234.000 millones frente a 118.000 el Estado en 2011-, excluyendo la Seguridad Social -23.000 millones-, y este gasto se realiza en condiciones de descontrol, despilfarro y corrupción totalmente inaceptables”.
- “Las razones verdaderas de la crisis del país, en consonancia con lo dicho, nada tienen que ver con salarios demasiado altos -un 60 % de la población ocupada gana menos de 1.000 euros/mes-, pensiones demasiado altas -la pensión media es de 785 euros, el 63% de la media de la UE-15- o pocas horas de trabajo, como se ha trasmitido a veces desde Alemania”.
- “La razón de la enfermedad de España es un modelo de Estado inviable, fuente de todo nepotismo y de toda corrupción, impuesto por una oligarquía de partidos en connivencia con las oligarquías financiera y económica, y con el poder judicial y los organismos de control a su servicio”.
- “No puede permitirse por más tiempo este nivel de corrupción”,…
Utilizaba,
por tanto, un discurso que viniendo de un periodista de la derecha conservadora
sonaba atractivo para un gran segmento de la izquierda de nuestro país. Los argumentos
no carecían de fundamento -aunque habría que contrastar las cifras que nos
ofrece-, sin embargo, en parte por la forma viral de difusión los redactores lograron
transmitir otros mensajes indirectos:
- Los medios españoles conspiran para ocultar la verdad, que sólo se conoce en Alemania.
- España no es capaz de solucionar sus propios problemas y necesita seguir los consejos de otro país –Alemania- para poner su casa en orden.
- El final de la crisis pasa por acabar con el estado autonómico.
- La política es la razón número uno de todos los problemas de nuestro país.
Se trata de un discurso sensacionalista,
populista, que busca simplificar los problemas de España, encontrar un solo culpable
–las instituciones públicas- de un problema esencialmente de deuda privada –Medios
serios como The Economist no cesan de repetir que España tenía superávit cuando
estalló la burbuja inmobiliaria-, y generar un clima de creciente hostilidad
hacia los políticos. Es un discurso de derechas, pero que en estos tiempos tan
turbulentos fácilmente puede ser asumido por la izquierda, y es una prueba
fundamental del paso corto que supone en un país en el que la gente lo está
pasando realmente mal, pasar de votar a un partido como la coalición de
izquierdas griega, Siriza, a otro de ideología nazi, Aurea
Dorada: “La política no nos sirve
y por tanto tenemos que buscar nuestras propias soluciones aunque eso pase por
limpiar las calles de inmigrantes, sustituir nuestros gobernantes por unos
mandados de Berlín o enviar la Guardia Civil para que establezca el orden en el
Parlament de Catalunya” es el mensaje que nos llega. De hecho, esta última idea no dista mucho de la del propio
redactor del artículo, Roberto Centeno, quien afirmó después de la
manifestación independista el pasado 11 de noviembre, “Los
nacionalistas catalanes son unos mierdas. No hace falta mandarles el Ejército,
basta con algunos guardias civiles”.
El espectro ideológico es, como escribí al
principio de esta entrada, esférico, y la frontera entre la extrema izquierda y
la derecha extrema es muy difusa, tan difusa que es muy fácil que una se
disfrace de la otra con tal de ganar una audiencia cautiva para mensajes cada
vez más radicales y salvajes; y hay suficientes en cada bando como para que con
sólo unirse con el mismo objetivo, puedan suponer una verdadera amenaza para el
futuro democrático del país. El Nacional
Socialismo no era nacionalista y socialista por nada, y tampoco fue por
nada que un partido tuviera entre sus militantes a dos personalidades tan
diferentes como pueden ser Joseph
Ratzinger o Günter Grass. Dirán
que en aquel entonces todo el mundo era radical y no sabían cómo la cosa iba a
terminar. Pues, no parece que hoy las cosas sean muy distintas y si nosotros
queremos evitar caer en la misma trampa, tenemos que ser más críticos y
aprender a elegir mejor nuestros referentes. Algo que es más fácil si nos
basamos en fuentes de confianza, y no sólo en cualquier spam que aparezca en Facebook.
Y para terminar, no podemos dejar que la
clase política siga perdiendo credibilidad entre los ciudadanos y cuando sufre,
no podemos seguir golpeándoles, rodeándoles y destruyéndoles. Las instituciones
siempre son mejorables y como bien decía Winston Churchill, “la democracia es el peor sistema de
gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás”.
La mayoría de los políticos eligen su profesión porque creen en algo y porque
quieren contribuir al bienestar de la sociedad. Que haya corruptos, que el
proceso de toma de decisiones no sea perfecto, que los ciudadanos se sientan
ignorados, son problemas que buscan respuesta. Y debemos buscar esa respuesta
sin dejar que los extremistas se aprovechen de la situación y tumben todo el edificio.
Cuando suceda eso, que esperemos que no, tardaremos siglos en volver a
construir algo similar.