Pasión y ceguera: Lo que nos cuentan y lo que, de verdad, sabemos
Ya
es tópico escribir que los políticos han perdido la credibilidad entre los
ciudadanos, aunque no deja de ser un hecho preocupante por lo que puede
acarrear en un futuro próximo para la democracia. Tristemente, en Europa ya
sabemos lo que pasa cuando todo el sistema social y constitucional se derrumba
y los votantes empiezan a buscar respuestas a través de ideologías más
radicales y ‘chabacanas’, como dirían algunos. Sin embargo, no se ha comentado
tanto otra institución que actualmente tiene una crisis de credibilidad, que es
la que se conoce como el cuarto poder: los medios de comunicación.
Y
no es que los periodistas no sean buenos profesionales. Excelentes periodistas
hay muchos, y en muchos países. Y muchos son los que ponen en riesgo hasta su
propia integridad física en la búsqueda de la verdad. Sin embargo, para que
todo ese esfuerzo valga la pena, tiene que haber una relación bidireccional
entre periodista y lector, y últimamente tengo la sensación de que los
ciudadanos de muchos países se han enrocado tanto en sus prejuicios que ni
siquiera quieren escuchar unos argumentos que contradigan a su propia
ideología. El éxito de ciertos grupos mediáticos –la Fox en Estados Unidos,
Intereconomía en España, Mediaset en Italia, etc.-, que definen su labor no
como investigadores sino como alimentadores de prejuicios sólo sirve para
aumentar la pereza intelectual del ciudadano antaño crítico para que deje de
explorar otros canales y vías para poder comprender la realidad que habita.
Las
redes sociales tampoco han ayudado. Ya no sé si todavía sirve la palabra ‘bulo’
para describir lo que ocurre últimamente en estas comunidades virtuales. No pasan
24 horas sin que vea a otro amigo retransmitir una opinión sensacionalista
escrita por nadie sabe quién y sin referencia a ninguna fuente o dato
contrastado. La velocidad con la que se mueve la rumorología en Internet es tal
que la verdad ya no importa. Las ideas se meten por nuestros oídos y salen por
nuestras bocas sin ser procesadas en ningún momento por el cerebro, como
comentó en una de sus últimas entrevistas grabadas el ex presidente del Gobierno
de España, Adolfo Suárez.
Pero,
volvamos al tema en cuestión. El caso es que más allá de los riesgos, Internet
también tiene sus ventajas para los que de verdad queramos informarnos. Podemos
acceder, no sólo a medios de
comunicación de todo el mundo sino también pedir directamente la opinión de
nuestros contactos cercanos, por muy dispersos que estos se encuentren por el
planeta. Los que no hayamos perdido el sentido crítico y estemos dispuestos a
analizar la información que nos llegue podemos convertirnos en ciudadanos muy
bien informados, mucho más que hace apenas 15 o 20 años cuando dependíamos, a
lo mejor, de uno o dos diarios más o menos objetivos que comprábamos cada día
en el quiosco y en los que confiábamos porque no teníamos otra forma de
contrastar las observaciones que contenían.
En
mi caso las redes sociales son de gran utilidad, para dar sólo un ejemplo, por
la capacidad que me dan para informarme
sobre lo que ocurre en América Latina, región que siempre me ha fascinado y que
también fue el tema de mi licenciatura. El tiempo que he vivido en dos países
muy diferentes de aquella región, y los contactos que he tenido con numerosas
personas de todo el continente sirven como buen punto de partida para intentar
mantenerme informado sobre algunos aspectos de la realidad de la región.
Reconozco que mis conocimientos siempre serán parciales pero no me preocupa
especialmente porque tampoco soy imparcial cuando opino sobre el país en el que
llevo 12 años viviendo o sobre la tierra donde nací. Todos tenemos nuestra
propia subjetividad, y para eso sirve el diálogo y el debate, pero lo
importante es que siempre intentemos mirar más allá de ella y escuchar y
procesar opiniones diferentes a las nuestras.
¿Y
a qué viene este debate? Pues, el caso es que hace unos días se celebraron las
elecciones presidenciales en Venezuela en las que volvió a ganar Hugo Chávez
con un margen reducido pero todavía significativo. Seguí todos los detalles de
la contienda en las semanas anteriores, informándome como siempre a través de
diversos medios y vías. En ningún momento expresé una opinión personal, ante
todo por mi propia sensibilidad democrática y por no tener ninguna intención de
inmiscuirme en los asuntos de un país que no es el mío. Sin embargo, me fui
dando cuenta poco a poco de la brecha que había entre las opiniones que leía en
unos y otros medios, y más aún entre la cobertura de los medios, en términos
generales, y las opiniones de la ‘gente de la calle’.
Por
un lado, como fue el caso de muchos medios de comunicación ‘serios’, leía que
el sistema de recuento de votos rozaba la perfección, contando con el aval de
diversos organismos internacionales, que Venezuela disfrutaba de una pluralidad
mediática que sería la envidia de un país como España, y que según todos los
indicadores internacionales el país caribeño había logrado reducir de manera
sustancial los índices de pobreza y de marginación social. Por otro lado,
descubrí que, en realidad, estos datos no eran prueba de la calidad democrática
debido a que más allá del sistema de votación, también se habían registrado
numerosos casos de intimidación a los votantes quienes tenían miedo a perder el
trabajo si no votaban al partido de Chávez y que, según se dice, muchos de los
que trabajan en los nuevos puestos de la administración creados por Chávez
pueden ser despedidos si se descubre que hayan apoyado a la oposición.
También
leí que muchos de los supuestos ‘avances’ sociales eran muy relativos porque se
financiaban con el dinero del petróleo y que a la larga las políticas no iban a
ser sostenibles. Leí muchos otros datos que ofrecían una variedad de
perspectivas sobre la situación del país, aunque me sorprendió ante todo que, al
acercarse la fecha de la contienda, la mayoría de los medios europeos no se
encontraran capaces de criticar con severidad, y con pruebas concretas, ningún
aspecto de la gestión de Chávez durante los últimos 14 años más allá del
dramático aumento de la inseguridad y el pobre estado de las infraestructuras.
Ambas cosas, desde luego, son prueba de fallos graves en la administración, sin
embargo, también se critica el estado de las infraestructuras y la inseguridad
en Argentina, e incluso en el Reino Unido, y aunque pueden ser motivo de la
caída de un gobierno, no justifican por si solas todas las insinuaciones que
hemos escuchado en los últimos años de que Venezuela es un régimen autoritario
y de que Chávez ha desmantelado todas las instituciones del Estado.
La
única conclusión a la que puedo llegar es que la realidad de Venezuela, como la
de cualquier otro país, es bien compleja, que hay una gran diversidad de
opiniones respecto a su situación política y económica y que el debate político
presenta dos (o varios) caminos alternativos muy diferentes y que, por tanto, es
tan o más pasional como era hace 50 o 100 años en el Reino Unido cuando también
había alternativas claras, y no como hoy cuando parece que gane quien gane, el
único vencedor claro en las elecciones siempre acaba siendo el Estado
británico.
Venezuela
es el país del mundo con más
reservas petrolíferas y los resultados de sus elecciones son relevantes
tanto para sus ciudadanos como para los países importadores de petróleo, por
tanto, la crispación se extiende a los medios de comunicación extranjeros. Para
el observador foráneo surgen multitud de dudas y respuestas que necesitan ser
contestadas para que aumente la comprensión sobre lo que de verdad ocurre. Sin
embargo, la sensación que tengo es que la realidad genera tanta pasión que
cualquier extranjero que intente hablar con un ciudadano de aquel país para
poder llegar al fondo de la cuestión, si su hipótesis con coincide con el de su
locutor corre el riesgo de salir quemado. Salvo en contadísimas ocasiones las
respuestas incluyen tantas tópicas como el relato de los medios de comunicación
tan extremistas de una u otra banda. Falta un análisis frío de la situación que
sirva como punto de partida para buscar una solución o una alternativa a la
realidad actual. En los últimos días, noto que las cosas están empezando a dar
un vuelco y que hay una mayor disposición en la sociedad a intentar escuchar al
otro, algo que me parece sumamente positivo, pero sólo es un primer paso.
Al
igual que ocurrió con los gobiernos de Juan Perón en Argentina, en la Venezuela
actual existe un Gobierno y una oposición que es un amalgama de todo lo que el
chavismo no es pero que todavía no se atreve a definirse por lo que sí es. Por
tanto el discurso de los opositores también se centra en todo lo malo de la
realidad actual sin explicar cómo sería la ‘otra Venezuela’ que se quiere
construir. Si lo que se quiere crear es una sociedad que cuente con todos, lo
primero que habría que hacer es buscar puntos de encuentro entre las opiniones
de ambas bandas, entender por qué gran parte de la población, que estaba
excluida cuando Venezuela era uno de los países más desiguales y con mayores
índices de pobreza del mundo y cuando dos partidos se repartían felizmente el
poder entre ellos y el dinero entre las élites, siente tanta lealtad por Hugo
Chávez, y empezar a diseñar una alternativa que no les vaya a volver a dejar en
la cuneta. Y de cara al exterior, si los medios profesionales de todo el mundo
de verdad no son capaces de proyectar una imagen real de lo que de verdad
ocurre, está claro que se necesita una labor de comunicación que vaya más allá
de los eslóganes pro y antichavistas y que nos permita abrir los ojos y los
oídos a los demás. Pero está claro que, en un mundo en el que tan importante
como los medios escritos son las redes sociales, ese esfuerzo también tiene que
extenderse al ciudadano de a pie, quien tendrá que acostumbrarse a escuchar los
comentarios de los de fuera, agradecerles el interés mostrado por su realidad,
y presentar argumentos que les permitan formar una opinión más completa, y por
supuesto reconociendo que nadie lleva la razón absoluta.
Y
sólo es un ejemplo. Todos los conflictos en el mundo, y no menos en España o en
Europa, son conflicto de la ignorancia y de la poca voluntad de unos de
escuchar al otro. En un mundo cada vez más social, primero tenemos que aprender
a escuchar, y después, aunque no menos importante, saber analizar de forma más
o menos objetiva la información que nos llegue. En definitiva, a aprender a
divulgar no lo que nos cuenten los demás sino las conclusiones a las que hemos
podido llegar como consecuencia de un proceso analítico mucho más profundo.
Pero ante todo, debemos aleccionar menos y escuchar más, porque acercarse a una
mentira es lo más fácil del mundo. La verdad, en cambio, es mucho más
escurridiza.