¡Qué paradoja la monarquía española!
Los medios internacionales -y también algunos españoles- se muestran confusos respecto a la Proclamación de Felipe VI.
Parece que se sorprendieron con la austeridad de la ocasión y con el hecho de que, "ni siquiera hubiera una coronación." Hace falta aclarar que la monarquía española tiene suficiente historia como para no tener que hacer una copia hortera de las tradiciones británicas a la hora de realizar el juramento del nuevo Jefe de Estado. La corona española no se lleva en la cabeza. Parece que nunca ha sido así, y que siempre se han realizado proclamaciones con la corona como símbolo y no como objeto de vestuario.
Sin embargo, tratándose de la primera proclamación en democracia, es cierto que cabía un cierto grado de improvisación y que hubieran podido organizar un día más solemne, algo que no se ha hecho en gran parte por el carácter acomplejado de la monarquía parlamentaria española. Sin embargo, ¿por qué tantos complejos?
No quiero inmiscuirme en detalles históricos en este post sino simplemente expresar mi curiosidad por la peculiaridad de la institución monárquica española. Me ha llamado la atención, en particular, el simbolismo del uniforme del monarca que con sus cruces y condecoraciones no esconde la identidad profundamente católica del jefe de un estado laico. Desde luego, en el Reino Unido, la monarca no tiene por qué sentirse avergonzada por su religión al ser, además de jefa de estado, jefa de la iglesia anglicana, religión 'establecida' en Gran Bretaña, y por tanto, completamente legitimada. Además, su papel en dicha iglesia permite que realmente, más allá de reinar, tenga una influencia más directa en la espiritualidad de una mayoría de británicos, que por poco que la 'practiquen' se sienten de alguna forma identificados con la religión 'oficial' del país.
En España, en cambio, por mucho que los ciudadanos se tomen un descanso en festivos religiosos -curioso que se eligiera al Corpus Christi como día para la Proclamación del nuevo rey-, participen en hermandades y cofradías y se emocionen con desfiles de capuchinos en Semana Santa, su relación con la Iglesia es mucho más ambigua, y desde luego, no se puede mostrar sin complejos en un día tan señalado como el de ayer. Y es que la monarquía en nuestro país se ha impuesto como 'árbitro' de un modelo de estado básicamente republicano como si se tratara no como una parte institucionalizada del país sino como una especie de 'observador externo', como única manera de garantizar la estabilidad de un estado que no se puede poner de acuerdo sobre su nombre, su composición geográfica o siquiera las letras de su Himno Nacional.
España no es un país monárquico sino, quizás, en diferentes momentos republicano, juancarlista o felipista, según la oportunidad del momento. Es una república con un jefe de estado que se elige por razones no democráticas sino dinásticas, pero con una familia real que ha ganado su riqueza en pocos años y que tiene que medir mucho sus palabras como si se tratara no de parte del tejido social del país, sino de una fuerza invasora, que ni siquiera comparte su religión con el Estado.
En este contexto, es imposible esperar -como reclamaban muchos corresponsales extranjeros- un gran festejo nacional para marcar la llegada del reinado de Felipe VI. Por mucho que tal iniciativa ayudase a 'vender' la marca España, iría totalmente en contra de la compleja identidad de un país que todavía está en construcción y que tiene una relación cuando menos ambivalente con sus líderes. Fueron muchos que salieron a la calle con sus colores y sus banderas y la Plaza de Oriente estaba atiborrada de gente. Sin embargo, estoy seguro de que muchos fueron a observar un 'espectáculo' sin entender o sentirse igual de identificados con el fondo de la cuestión como lo haría un sueco o un británico.
Parece que se sorprendieron con la austeridad de la ocasión y con el hecho de que, "ni siquiera hubiera una coronación." Hace falta aclarar que la monarquía española tiene suficiente historia como para no tener que hacer una copia hortera de las tradiciones británicas a la hora de realizar el juramento del nuevo Jefe de Estado. La corona española no se lleva en la cabeza. Parece que nunca ha sido así, y que siempre se han realizado proclamaciones con la corona como símbolo y no como objeto de vestuario.
Sin embargo, tratándose de la primera proclamación en democracia, es cierto que cabía un cierto grado de improvisación y que hubieran podido organizar un día más solemne, algo que no se ha hecho en gran parte por el carácter acomplejado de la monarquía parlamentaria española. Sin embargo, ¿por qué tantos complejos?
No quiero inmiscuirme en detalles históricos en este post sino simplemente expresar mi curiosidad por la peculiaridad de la institución monárquica española. Me ha llamado la atención, en particular, el simbolismo del uniforme del monarca que con sus cruces y condecoraciones no esconde la identidad profundamente católica del jefe de un estado laico. Desde luego, en el Reino Unido, la monarca no tiene por qué sentirse avergonzada por su religión al ser, además de jefa de estado, jefa de la iglesia anglicana, religión 'establecida' en Gran Bretaña, y por tanto, completamente legitimada. Además, su papel en dicha iglesia permite que realmente, más allá de reinar, tenga una influencia más directa en la espiritualidad de una mayoría de británicos, que por poco que la 'practiquen' se sienten de alguna forma identificados con la religión 'oficial' del país.
En España, en cambio, por mucho que los ciudadanos se tomen un descanso en festivos religiosos -curioso que se eligiera al Corpus Christi como día para la Proclamación del nuevo rey-, participen en hermandades y cofradías y se emocionen con desfiles de capuchinos en Semana Santa, su relación con la Iglesia es mucho más ambigua, y desde luego, no se puede mostrar sin complejos en un día tan señalado como el de ayer. Y es que la monarquía en nuestro país se ha impuesto como 'árbitro' de un modelo de estado básicamente republicano como si se tratara no como una parte institucionalizada del país sino como una especie de 'observador externo', como única manera de garantizar la estabilidad de un estado que no se puede poner de acuerdo sobre su nombre, su composición geográfica o siquiera las letras de su Himno Nacional.
España no es un país monárquico sino, quizás, en diferentes momentos republicano, juancarlista o felipista, según la oportunidad del momento. Es una república con un jefe de estado que se elige por razones no democráticas sino dinásticas, pero con una familia real que ha ganado su riqueza en pocos años y que tiene que medir mucho sus palabras como si se tratara no de parte del tejido social del país, sino de una fuerza invasora, que ni siquiera comparte su religión con el Estado.
En este contexto, es imposible esperar -como reclamaban muchos corresponsales extranjeros- un gran festejo nacional para marcar la llegada del reinado de Felipe VI. Por mucho que tal iniciativa ayudase a 'vender' la marca España, iría totalmente en contra de la compleja identidad de un país que todavía está en construcción y que tiene una relación cuando menos ambivalente con sus líderes. Fueron muchos que salieron a la calle con sus colores y sus banderas y la Plaza de Oriente estaba atiborrada de gente. Sin embargo, estoy seguro de que muchos fueron a observar un 'espectáculo' sin entender o sentirse igual de identificados con el fondo de la cuestión como lo haría un sueco o un británico.