Moción de censura: la cabra siempre tira al monte
El anuncio de la composición del primer Consejo de Ministras y Ministros de Pedro Sánchez ha servido para recordar, y con gran claridad, un hecho que en los últimos tiempos se había quedado en el olvido: el PSOE del siglo XXI es un partido de centro.
Que muchos de los nombramientos le hubieran valido a un gobierno de Albert Rivera, es prueba de que el proyecto de Ciudadanos sobró porque España ya cuenta con partido que defiende las posiciones del centro del espectro político. De hecho, la mayor parte del tiempo cuenta con dos, ambos de los cuales se han intercambiado en el poder a lo largo de los últimos 40 años, generando una competencia, más o menos eficaz, que he permitido una alternancia real, aún teniendo en cuenta la incapacidad del modelo institucional español de evitar los casos de corrupción que hemos visto en todos los niveles de la sociedad: a nivel del Estado, y por supuesto, también autonómico.
El PP y el PSOE tradicionalmente han tenido discursos más radicales cuando han estado en la oposición, e incluso estando dentro del Gobierno alterna la escenografía, aunque las políticas sobre los asuntos esenciales se mantienen más o menos iguales. Ambos partidos defienden el orden constitucional actual. Ni siquiera el gobierno de Zapatero, que la oposición criticó por excesivamente laíco, rompió con el concordato entre el Estado y el Vaticano; y en materia economíca, cuando llegó el momento de la verdad, el último gobierno del PSOE aplicó las medidas de austeridad que exigía la Unión Europea para evitar el rescate.
Aquí es necesario hacer un paréntesis y señalar que en aquel momento, cuando Zapatero cambió de rumbo y echó la frenada a sus políticas de expansión fiscal, me parecía a mí una decisión acertada. Con esas medidas evitó la intervención directa de los poderes externos en la política económica de nuestro país, y lo que hubiera sido más grave, en nuestro estado de bienestar. Sin embargo, también fue natural que en ese momento de crisis, una gran parte de la izquierda -más extrema- abandonó al PSOE, y acabó más tarde en manos de Podemos. Porque la escenografía cuenta, y siempre ha contado para que los sectores de la sociedad considerados más extremos se mantengan dentro de los partidos que son leales al actual modelo de Estado. Roto ese pacto, los viejos partidos se dividen, sea el PSOE por la izquierda (Podemos o IU), o el PP, por la derecha (Vox).
Ante esta realidad, Ciudadanos quería presentarse como la solución para los que nos considerábamos centristas y no entendíamos por qué, a diferencia de lo que ocurría en otros países, cuando los partidos tradicionales ocupan un espacio más centrado en el espectro político muchos de sus votantes los abandonan. Sin embargo, no contó con el hecho de que los votantes naturales -y ante todo la militancia- del PSOE y el PP- no son, por lo general, de extremos. Que sólo podían gobernar cuando lograban encandilar a los votantes más de izquierdas o de derechas, no significaba que sus votantes más leales coincidieran con ese perfil. Cuando llega el momento de la verdad, la cabra siempre tira al monte, y eso es lo que ahora ocurrirá cuando los votantes naturales del PSOE vean que votando a Pedro Sánchez pueden tener un Gobierno más o menos afín a su ideología.
Es, en mi opinión, por este motivo que Sánchez no ha querido pactar con Podemos e incluir en su Gobierno ministros de esta formación política. Por muy de izquierdas que sean, no son ideológicamente afínes a las ideas del PSOE, y lo único que conseguiría sería atraer votos más radicales a costa del voto moderado. A fin de cuentas, el líder socialista ha optado por pastar en el mismo terreno de siempre, y no muy lejos de donde antes pastaba un tal Felipe.
¿Y qué significa esto para Ciudadanos? En primer lugar, desmonta la idea de que el partido de Rivera buscaba renovación. Lo que realmente quería era ocupar el mismo espacio que ya ocupaba el PSOE o el PP cuando turnaban en el Gobierno, eliminando a los dos y estableciéndose como una especie de PRI mexicano, siempre centrado e invencible in saecula saeculorum, amén. Sin embargo, ahora que el PSOE ha desahuciado al partido naranja del centro político, a este no le quedará otro que volver a ocupar el espacio por la derecha del PP, que es la misma posición que ocupó cuando fue creado, cuando se unió al partido europeo Libertas en el Parlamento Europeo. Es esto lo que quería Rajoy y es esta la razón por la que este no dimitió, decisión que hubiera beneficiado políticamente a Rivera más que a su propio partido.
Podemos, por su parte, seguirá ocupando un espacio a la izquierda del PSOE, como antes hacía Izquierda Unida, aunque sospecho que este espacio seguirá siendo algo más amplio que en décadas anteriores. Sánchez tendrá que adoptar formas a la hora gobernar que le permitan pescar en ríos de Podemos pero el contenido de sus políticas seguirá siendo esencialmente de centro. Y en absoluto es una traición, porque estas políticas son las que quieren los que se sienten votantes naturales del PSOE, por mucho que el lenguaje político de los primeros años de Zapatero confundiera a la opinión pública. De la misma forma que El País nunca ha sido un periódico de izquierdas, el PSOE moderno tampoco es un partido de izquierdas en el sentido clásico, aunque sólo ha podido gobernar con los votos de la izquierda. Lo demás es pura parafernalia.
Que muchos de los nombramientos le hubieran valido a un gobierno de Albert Rivera, es prueba de que el proyecto de Ciudadanos sobró porque España ya cuenta con partido que defiende las posiciones del centro del espectro político. De hecho, la mayor parte del tiempo cuenta con dos, ambos de los cuales se han intercambiado en el poder a lo largo de los últimos 40 años, generando una competencia, más o menos eficaz, que he permitido una alternancia real, aún teniendo en cuenta la incapacidad del modelo institucional español de evitar los casos de corrupción que hemos visto en todos los niveles de la sociedad: a nivel del Estado, y por supuesto, también autonómico.
El PP y el PSOE tradicionalmente han tenido discursos más radicales cuando han estado en la oposición, e incluso estando dentro del Gobierno alterna la escenografía, aunque las políticas sobre los asuntos esenciales se mantienen más o menos iguales. Ambos partidos defienden el orden constitucional actual. Ni siquiera el gobierno de Zapatero, que la oposición criticó por excesivamente laíco, rompió con el concordato entre el Estado y el Vaticano; y en materia economíca, cuando llegó el momento de la verdad, el último gobierno del PSOE aplicó las medidas de austeridad que exigía la Unión Europea para evitar el rescate.
Aquí es necesario hacer un paréntesis y señalar que en aquel momento, cuando Zapatero cambió de rumbo y echó la frenada a sus políticas de expansión fiscal, me parecía a mí una decisión acertada. Con esas medidas evitó la intervención directa de los poderes externos en la política económica de nuestro país, y lo que hubiera sido más grave, en nuestro estado de bienestar. Sin embargo, también fue natural que en ese momento de crisis, una gran parte de la izquierda -más extrema- abandonó al PSOE, y acabó más tarde en manos de Podemos. Porque la escenografía cuenta, y siempre ha contado para que los sectores de la sociedad considerados más extremos se mantengan dentro de los partidos que son leales al actual modelo de Estado. Roto ese pacto, los viejos partidos se dividen, sea el PSOE por la izquierda (Podemos o IU), o el PP, por la derecha (Vox).
Ante esta realidad, Ciudadanos quería presentarse como la solución para los que nos considerábamos centristas y no entendíamos por qué, a diferencia de lo que ocurría en otros países, cuando los partidos tradicionales ocupan un espacio más centrado en el espectro político muchos de sus votantes los abandonan. Sin embargo, no contó con el hecho de que los votantes naturales -y ante todo la militancia- del PSOE y el PP- no son, por lo general, de extremos. Que sólo podían gobernar cuando lograban encandilar a los votantes más de izquierdas o de derechas, no significaba que sus votantes más leales coincidieran con ese perfil. Cuando llega el momento de la verdad, la cabra siempre tira al monte, y eso es lo que ahora ocurrirá cuando los votantes naturales del PSOE vean que votando a Pedro Sánchez pueden tener un Gobierno más o menos afín a su ideología.
Es, en mi opinión, por este motivo que Sánchez no ha querido pactar con Podemos e incluir en su Gobierno ministros de esta formación política. Por muy de izquierdas que sean, no son ideológicamente afínes a las ideas del PSOE, y lo único que conseguiría sería atraer votos más radicales a costa del voto moderado. A fin de cuentas, el líder socialista ha optado por pastar en el mismo terreno de siempre, y no muy lejos de donde antes pastaba un tal Felipe.
¿Y qué significa esto para Ciudadanos? En primer lugar, desmonta la idea de que el partido de Rivera buscaba renovación. Lo que realmente quería era ocupar el mismo espacio que ya ocupaba el PSOE o el PP cuando turnaban en el Gobierno, eliminando a los dos y estableciéndose como una especie de PRI mexicano, siempre centrado e invencible in saecula saeculorum, amén. Sin embargo, ahora que el PSOE ha desahuciado al partido naranja del centro político, a este no le quedará otro que volver a ocupar el espacio por la derecha del PP, que es la misma posición que ocupó cuando fue creado, cuando se unió al partido europeo Libertas en el Parlamento Europeo. Es esto lo que quería Rajoy y es esta la razón por la que este no dimitió, decisión que hubiera beneficiado políticamente a Rivera más que a su propio partido.
Podemos, por su parte, seguirá ocupando un espacio a la izquierda del PSOE, como antes hacía Izquierda Unida, aunque sospecho que este espacio seguirá siendo algo más amplio que en décadas anteriores. Sánchez tendrá que adoptar formas a la hora gobernar que le permitan pescar en ríos de Podemos pero el contenido de sus políticas seguirá siendo esencialmente de centro. Y en absoluto es una traición, porque estas políticas son las que quieren los que se sienten votantes naturales del PSOE, por mucho que el lenguaje político de los primeros años de Zapatero confundiera a la opinión pública. De la misma forma que El País nunca ha sido un periódico de izquierdas, el PSOE moderno tampoco es un partido de izquierdas en el sentido clásico, aunque sólo ha podido gobernar con los votos de la izquierda. Lo demás es pura parafernalia.