La explosión de las redes sociales, y el fenómeno de Internet participativo conocido como Web 2.0, llevó a muchos analistas a pensar que la capacidad de unir a las masas a través de la Red tendría una repercusión tan fuerte en la sociedad que llegaría a transformar la naturaleza de la democracia en sí y la relación entre los grandes poderes y la ciudadanía.
La elección de Barack Obama parece haber confirmado este hipótesis. La campaña del candidato demócrata se basó, como ya he comentado en un anterior post, en gran medida en Internet, y logró crear, más que una sencilla campaña de Marketing, un movimiento global centrado en el lema del ‘cambio’, transformando a Obama en una especie de moderno revolucionario virtual.
De todas formas, aparte del acierto de Obama en la utilización de las nuevas tecnologías para transmitir su ‘marca’ como candidato, otro de los factores que diferenció esta campaña respecto a cualquier otra, es el de la financiación. Como nos recuerda Cinco Días, en un reportaje en la edición de papel – sí, ¡el papel también existe! - del pasado 6 de noviembre, Obama renunció por completo a la financiación pública (unos 65 millones de euros) y optó en cambio por recaudar aportaciones pequeñas realizadas por ciudadanos de a pie, en gran parte, a través de su página web. De esta forma, ingresó un total de 490 millones de euros, frente a los 275 millones de su rival, McCain.
Ha sido un golpe maestro, y tras las elecciones ha llevado a unos cuantos a preguntarse si otros seguirán el paso de Obama, y sobre de qué forma se podría aplicar un modelo similar en España. Está claro que en el caso de Obama, ha logrado transmitir la sensación de haber hecho una campaña limpia, basándose en las aportaciones de la gente común que deseaba el cambio, y desvincularse, por lo menos en apariencia, de los estamentos políticos norteamericanos, a pesar de que unos cuantos de estos luego formarán parte de su administración.
Y he allí el riesgo. En este caso, en unas circunstancias muy particulares, en la que ha predominado el hartazgo popular por los desastres de Bush, la crisis económica y financiera, y las ganas de un cambio profundo en la sociedad americana, ha funcionado una táctica de marketing con la que Obama se ha posicionado como ‘un ciudadano más’, un desconocido en los círculos políticos de Washington, y casi, para algunos, un revolucionario. Me pregunto, de todas formas, si en cuatro años, estos mismos que le han apoyado con sus 20 o 40 euros en 2008, le volverán a apoyar en su campaña de reelección. En cuatro años estoy seguro que por muy popular que esté, nadie le seguirá llamando revolucionario, por lo que otra vez más tendrá que decidir si regresar a la financiación pública, o a volver a inventar algo completamente distinto.
Pero hay otro factor, que puede incluso llegar a ser polémica. Y es que en algún sitio he leído que una parte importante de las aportaciones ha sido de extranjeros. Si fuera así, me resulta extraordinariamente interesante pensar que por primera vez en la historia, la ciudadanía global ha podido influir en una campaña electoral norteamericana, sin siquiera contar con el derecho al voto. Las donaciones pequeñas de momento no se tienen que declarar. De todas formas, ¿hasta qué punto estarán los norteamericanos dispuestos a permitir esta intromisión extranjera en sus asuntos internos? Y aún más en el caso de los Republicanos que en el contexto actual son los más perjudicados por este fenómeno.
Sería tema de otro post más extenso, de todas formas, creo que la lección de la ciberpolítica es que, de una u otra forma, la inevitable globalización de la opinión pública, y de la financiación de los poderes públicos, va a derrumbar más fronteras que podemos imaginar, que las estructuras políticas actuales no sirven en este nuevo mundo conectado, y que caminamos lento pero inexorablemente hacia una democracia global.