El futuro de España: ¡Elige tu propia aventura!
Son
tiempos extraños. Más o menos cada mes nos dicen que el país se va a hundir, y
después, misteriosamente, todo se vuelve a normalizar. Son tiempos en los que
todos nos sentimos rehén de los acontecimientos. No sabemos si mañana tendremos
trabajo o si de repente desaparecerán nuestros ahorros, transformados de un
momento a otro en pesetas sin valor, si es que aún guardamos algo de dinero en
el banco.
Muchas
veces –las pocas veces en las que sueño en inglés- me digo, “bring it on!”, que se adelanten los
acontecimientos. Con la caída de la competitividad que hemos sufrido en España
en los últimos años, ¿no sería mejor salir de una vez del Euro, aguantar
nuestra crisis ‘a lo argentino’, transformarnos de un día para otro en un mercado más barato y permitir a
nuestras empresas vender otra vez en el exterior? Mejor que pasar más semanas y meses esperando el cruel destino que presagian los medios germánicos y anglosajones.
Sin
embargo, después me despierto, abro el periódico y veo la foto de Sheldon Adelson,
el magnate norteamericano que estos días chantajea a los políticos de todos los
partidos con vistas a que transformen las leyes laborales, fiscales y
sanitarias para permitir que su nocivo negocio se establezca en Madrid o
Barcelona, creando miles de empleos para nuevos inmigrantes y pocos beneficios para el
español de a pie. Entonces recuerdo como hace tan poco tiempo nuestros políticos se esforzaban por atraer a otro tipo de empresario, de la talla de Bill Gates, Larry Page o Steve Jobs. Con la amenaza de la pobreza han sacrificado el sueño de Silicon Valley por el de Las Vegas y Miami.
En
los últimos años en España se ha vivido un sueño increíble. El de un país que
creía que con el tiempo sería posible transformarse en una economía productiva, competitiva y basada en el conocimiento. La piedra filosofal para conseguir
esta transformación fue el euro, que obligó a España a posicionarse en
sectores más especializados ya que al no poder competir en precio, el país tendría que reforzar sus activos intelectuales, optimizar sus procesos y
aprovechar mejor sus recursos. Esa necesidad ha llevado a las empresas a
modernizarse, a cambiar su modelo de producción, a fusionarse y a crecer. Sin
embargo, quedó un largo camino por recorrer. Ya he comentado en un anterior post como en un país en el que predominan las empresas de dos o tres empleados
es imposible alcanzar el nivel de especialización de mercados como Alemania o
el Reino Unido, y los cambios necesarios para conseguir este avance no se
conseguirán si desaparece la presión externa para que el país haga las reformas necesarias.
En
Argentina se demostró como, por medio de la devaluación, era posible recuperar en
relativamente poco tiempo la senda de crecimiento y unos años más tarde crecer
a un ritmo de casi un 10% al año. Sin embargo, ese crecimiento se consiguió a
costa de un nivel de inflación que el Gobierno intenta tapar descaradamente y
que ahora amenaza con conducir al país a otra crisis más grave. Y todo ello a pesar de la riqueza de sus recursos naturales con los que España no podrá competir. Y ahora las
únicas soluciones que ofrecen son medidas populistas: que si aumentar la
tensión con el Reino Unido por las Malvinas, que si echar a Repsol, que si
espantar a la banca privada. Los peronistas han aprendido en poco tiempo a
volver a hacer lo que mejor hacen, libres de la presión del FMI y del Banco
Mundial, pero con el grave riesgo de entrar en un espiral que les aparte del
éxito de otros países de la región como Chile, Colombia o Brasil.
En
30 años España se ha transformado en un país europeo y así nos sentimos
cómodos. La europeización de la economía fue el mayor incentivo a la modernización
de las estructuras políticas y económicas; sirvió para alejar a los dirigentes
de la tentación del autoritarismo o el populismo. Permitió al país
transformarse en un destino codiciado por miles de europeos de los países del
norte, e incluso que retornaran grandes cantidades de ciudadanos de su exilio
en los países del centro y Sudamérica. Tal y como señaló ayer Felipe González,
si España tiene que ser intervenida, desaparecerá el euro y acabará ese sueño
no sólo para España sino para todo el continente. Quizás sea bueno para la
industria a corto plazo al poder fabricar coches y frigoríficos por precios muy baratos y por
atraer a aún más turistas a nuestras costas, mientras miremos pasivamente como China, Brasil e Indonesia se transformen en países líderes en tecnología y conocimiento. Sería en definitiva
el fin del sueño californiano de los últimos 20 años y el inicio de una nueva
aventura floridiana en la que los principales protagonistas serán los jubilados
británicos y alemanes, las afamadas mujeres suecas en las playas del Levante, y los magnates de los juegos de azar.
Estamos en un cruce y tenemos que elegir el camino, enfrentándonos a dos
opciones muy distintas. ¿Cuál de ellas vamos a elegir?