La ideología neoliberal vs. los golpes de martillo
El debate político en España está encallado. El Gobierno prosigue su programa -no el programa con el cual fue elegido sino el que acordó previamente y en secreto con la Troika-, con torpeza e improvisación pero con una línea ideológica clara. Aunque el modelo económico defendido por Thatcher y Reagan ha sido una de las principales causas de la crisis económica actual, el PP cree que ahora hay que aplicar las mismas recetas en España. Para Rajoy, y en mayor medida para el PP madrileño, la única solución es la privatización, y que siempre que sea posible hay que comprar acciones en las empresas que serán beneficiarias de las licitaciones para poder así ganar dinero mientras destruyan unos servicios que son la única garantía de supervivencia de las clases medias y bajas. Sin embargo, acierta en una cosa, y es que el modelo de la sociedad y la economía española no puede seguir como está. Y la oposición sigue sin asumir esta realidad, por tanto, en vez de proponer alternativas, corre el riesgo de convertirse simplemente en el partido del 'no'.
El otro día estuve hablando con una ingeniera que trabaja en Madrid en el proyecto del Eurofighter. Todos conocemos los tópicos que genera este proyecto militar en el que colaboran Francia, Reino Unido, Alemania, España e Italia. En los países del norte se cree que las cabezas pensantes son los alemanes y los británicos, que los italianos sólo se ocupan de que los aviones tengan mucho estilo, y que los españoles se limitan a pintarlos. Pues, mi interlocutora me confirmó que aunque la realidad no era tan dramática, sí se asemejaba en algo al estereotipo. Las piezas se diseñan en fábricas en los distintos países. Debido a las distancias y la falta de coordinación entre fábricas y oficinas, a menudo no encaja una pieza con la otra. Cuando esto ocurre y es responsabilidad de los alemanes o lo ingleses, estos realizan un ejercicio profundo de análisis y de auditoría para depurar los motivos y las responsabilidades y para, a partir de allí, encontrar una solución. Los españoles y los italianos, por su parte, si la pieza no encaja, siguen golpeándola con el martillo para ver si mediante la fuerza consiguen hacer algún apaño. Seguramente la analogía no es completamente justa, sin embargo, como el PSOE no cambie rápidamente de rumbo, corre el riesgo de que se le perciba precisamente como el partido que cree que la política del martillo es la mejor solución para salir de la crisis en la que nos encontramos. Dice 'no' a la reforma de la sanidad, 'no' a la reforma educativa, 'no' a la política de austeridad, pero no propone ninguna alternativa.
El síndrome no se limita sólo a la centroizquierda. El PP tiene la peculiaridad de haber visto que a veces, aunque sólo a veces, la política del martillo funciona. En siete años de oposición no cambió ni una letra de su proyecto político. Los votantes dijeron dos veces que sus recetas no eran la solución, que no confiaban en su líder y que querían una oposición más constructiva. Sin embargo, al final la sonrisa de Zapatero se deshizo como el jamón de jabugo y Rajoy llegó a la Moncloa como Presidente por defecto. La consecuencia es que los votantes están desanimados ante un proyecto político y un líder que cuentan con un alto nivel legitimidad en lo formal pero que en la práctica generan poca simpatía. La consecuencia puede ser que, en 2015, la derecha también se deshaga en la boca y tengamos un Congreso multicolor con partidos moderados y extremistas a la imagen y semejanza del actual parlamento griego. Estarán contentos los que luchan tanto contra el 'bipartidismo' pero el país, sin duda, volverá a ser tan ingobernable como Italia.
No se trata de un problema exclusivo de la política o del sector público. Los que trabajamos con los medios de comunicación hemos visto como cada día se anuncia un ERE o directamente cierra otra cabecera impresa. La respuesta de los afectados, sin embargo, no es asumir que el papel ya no es rentable y que hay que buscar formas para rentabilizar los medios online, sino seguir dando golpes de martillo para intentar que se reactiven milagrosamente los medios impresos. Y mientras tanto, los responsables de marketing de las empresas se empeñan en seguir gastando en publicidad en estos medios que ya no tienen lectores. Así se sienten más cómodos porque sus jefes son de la 'vieja escuela', llevan 30 años calentando la silla, y es más fácil explicarles qué se ha hecho y qué resultados pueden esperar. Los pocos que dan al salto al medio online llevan años molestando a sus audiencias con formatos de publicidad cada vez más intrusivos que consiguen clics mediante el engaño, porque creen que generar impresiones en la web es más importante que conseguir negocio para sus clientes. En el Reino Unido y Estados Unidos ya han aprendido que lo importante en un anuncio no es molestar al lector con un robapantallas sino generar mensajes sencillos, creativos e irrestibles que hagan que el usuario los busque activamente. Funciona, y combinado con una política de suscripciones online inteligente ha hecho que periódicos como el New York Times vuelvan a entrar en beneficios.
Por supuesto, hay excepciones. De los últimos años me vienen a la cabeza dos grandes proyectos empresariales españoles que a través de la innovación y de escuchar a los consumidores han dado luz a modelos de éxito que en el primer caso alcanza una escala planetaria. Por supuesto, el primer ejemplo es la cadena de moda, Zara. Y el segundo son los supermercados Mercadona, que al transformar completamente el modelo de distribución han puesto a la defensiva a grupos tan grandes como Carrefour o El Corte Inglés. Pero ambos son proyectos que originaron en empresas que bien no existían antes o bien eran muy pequeñas y en las que no perdían nada en arriesgarse. No así Telefónica o el Santander, que obtuvieron su escala primero mediante la adquisición -con sospecha de prácticas en algunos casos fraudulentos o mediante sobornos a políticos- de empresas de telecomunicaciones y entidades financieras latinoamericanas, y finalmente gracias al dinero en caja extendieron su red a otros países europeos, pero sin introducir grandes innovaciones que les permitieran realmente destacar de la competencia o que garantizaran su éxito a largo plazo. Telefónica, por otra parte, ha tenido durante muchos años la política de comprar empresas 'start-up' que acabaran de alcanzar el cúspide de su éxito -ej. Terra y Tuenti- y que nada más ser adquiridos han caído en picado. Una estrategia que demuestra la falta de visión de una empresa que mantiene la mentalidad de entidad pública y cuyos máximos directivos tienen la bendición no de unos grandes profesionales de Recursos Humanos sino de un padrino político.
Pero volviendo al tema principal, los ejemplos positivos de proyectos empresariales que sí han funcionado -y hay muchos más a nivel de la Pyme- demuestran que España es un país muy creativo en el que se generan ideas de éxito. Sin embargo, sus políticos y gestores no saben afrontar las crisis o adaptar su modelo de negocio a un cambiante entorno económico. ¿Cómo puede ser que un medio como El País, que por tantos años era considerado uno de los periódicos de mayor prestigio del mundo, ahora corra el peligro de caer en manos del empresario de telecomunicaciones mexicano, Carlos Slim? Otra vez más, no ha sabido adaptarse y no ha sido capaz de atraer el talento o redireccionarse de manera que siga siendo líder de su sector. El resultado, casi siempre, es que cuando las cosas se ponen feas, las empresas se caigan, echen a sus empleados, y tengan que ser otros los que tomen el relevo y vuelvan a empezar desde cero. Un país de 'start-ups' puede ser muy dinámico en épocas de bonanza pero en periodos como el actual, la incapacidad de las empresas líderes de renovarse, de seleccionar nuevos empleados en función de su habilidad, y de dar respuesta a la cambiante demanda de los consumidores, es uno de los principales factores que condenan a miles de nuestros jóvenes y mayores a unas cifras de paro intolerables en un país de primer mundo.
Es una enfermedad que contamina a todos los estamentos del país pero especialmente la política, porque si los partidos políticos no son capaces de modernizarse, ¿quién va a liderar la transición en el conjunto de la sociedad? Desde luego, si el PSOE no sabe crear y liderar un nuevo proyecto político que reconozca de una vez que el statu quo no nos conducirá a ningún sitio pero que hay alternativas a la política exterminadora del PP y que no pasen por hacer meras chapuzas, probablemente dentro de poco se desintegrará todo el modelo político actual y una nueva generación tendrá que volver a levantarnos desde las ruinas. Podría ser hasta ilusionante para las generaciones futuras, no obstante, un país no puede llegar a ser grande si no aprende a construir sobre lo que ya existe. Si no lo hacemos, lo harán otros y tendremos que mirar desde la barrera como otros países y regiones se hagan grandes mientras nosotros volvamos a perder el tren del futuro.
El otro día estuve hablando con una ingeniera que trabaja en Madrid en el proyecto del Eurofighter. Todos conocemos los tópicos que genera este proyecto militar en el que colaboran Francia, Reino Unido, Alemania, España e Italia. En los países del norte se cree que las cabezas pensantes son los alemanes y los británicos, que los italianos sólo se ocupan de que los aviones tengan mucho estilo, y que los españoles se limitan a pintarlos. Pues, mi interlocutora me confirmó que aunque la realidad no era tan dramática, sí se asemejaba en algo al estereotipo. Las piezas se diseñan en fábricas en los distintos países. Debido a las distancias y la falta de coordinación entre fábricas y oficinas, a menudo no encaja una pieza con la otra. Cuando esto ocurre y es responsabilidad de los alemanes o lo ingleses, estos realizan un ejercicio profundo de análisis y de auditoría para depurar los motivos y las responsabilidades y para, a partir de allí, encontrar una solución. Los españoles y los italianos, por su parte, si la pieza no encaja, siguen golpeándola con el martillo para ver si mediante la fuerza consiguen hacer algún apaño. Seguramente la analogía no es completamente justa, sin embargo, como el PSOE no cambie rápidamente de rumbo, corre el riesgo de que se le perciba precisamente como el partido que cree que la política del martillo es la mejor solución para salir de la crisis en la que nos encontramos. Dice 'no' a la reforma de la sanidad, 'no' a la reforma educativa, 'no' a la política de austeridad, pero no propone ninguna alternativa.
El síndrome no se limita sólo a la centroizquierda. El PP tiene la peculiaridad de haber visto que a veces, aunque sólo a veces, la política del martillo funciona. En siete años de oposición no cambió ni una letra de su proyecto político. Los votantes dijeron dos veces que sus recetas no eran la solución, que no confiaban en su líder y que querían una oposición más constructiva. Sin embargo, al final la sonrisa de Zapatero se deshizo como el jamón de jabugo y Rajoy llegó a la Moncloa como Presidente por defecto. La consecuencia es que los votantes están desanimados ante un proyecto político y un líder que cuentan con un alto nivel legitimidad en lo formal pero que en la práctica generan poca simpatía. La consecuencia puede ser que, en 2015, la derecha también se deshaga en la boca y tengamos un Congreso multicolor con partidos moderados y extremistas a la imagen y semejanza del actual parlamento griego. Estarán contentos los que luchan tanto contra el 'bipartidismo' pero el país, sin duda, volverá a ser tan ingobernable como Italia.
No se trata de un problema exclusivo de la política o del sector público. Los que trabajamos con los medios de comunicación hemos visto como cada día se anuncia un ERE o directamente cierra otra cabecera impresa. La respuesta de los afectados, sin embargo, no es asumir que el papel ya no es rentable y que hay que buscar formas para rentabilizar los medios online, sino seguir dando golpes de martillo para intentar que se reactiven milagrosamente los medios impresos. Y mientras tanto, los responsables de marketing de las empresas se empeñan en seguir gastando en publicidad en estos medios que ya no tienen lectores. Así se sienten más cómodos porque sus jefes son de la 'vieja escuela', llevan 30 años calentando la silla, y es más fácil explicarles qué se ha hecho y qué resultados pueden esperar. Los pocos que dan al salto al medio online llevan años molestando a sus audiencias con formatos de publicidad cada vez más intrusivos que consiguen clics mediante el engaño, porque creen que generar impresiones en la web es más importante que conseguir negocio para sus clientes. En el Reino Unido y Estados Unidos ya han aprendido que lo importante en un anuncio no es molestar al lector con un robapantallas sino generar mensajes sencillos, creativos e irrestibles que hagan que el usuario los busque activamente. Funciona, y combinado con una política de suscripciones online inteligente ha hecho que periódicos como el New York Times vuelvan a entrar en beneficios.
Por supuesto, hay excepciones. De los últimos años me vienen a la cabeza dos grandes proyectos empresariales españoles que a través de la innovación y de escuchar a los consumidores han dado luz a modelos de éxito que en el primer caso alcanza una escala planetaria. Por supuesto, el primer ejemplo es la cadena de moda, Zara. Y el segundo son los supermercados Mercadona, que al transformar completamente el modelo de distribución han puesto a la defensiva a grupos tan grandes como Carrefour o El Corte Inglés. Pero ambos son proyectos que originaron en empresas que bien no existían antes o bien eran muy pequeñas y en las que no perdían nada en arriesgarse. No así Telefónica o el Santander, que obtuvieron su escala primero mediante la adquisición -con sospecha de prácticas en algunos casos fraudulentos o mediante sobornos a políticos- de empresas de telecomunicaciones y entidades financieras latinoamericanas, y finalmente gracias al dinero en caja extendieron su red a otros países europeos, pero sin introducir grandes innovaciones que les permitieran realmente destacar de la competencia o que garantizaran su éxito a largo plazo. Telefónica, por otra parte, ha tenido durante muchos años la política de comprar empresas 'start-up' que acabaran de alcanzar el cúspide de su éxito -ej. Terra y Tuenti- y que nada más ser adquiridos han caído en picado. Una estrategia que demuestra la falta de visión de una empresa que mantiene la mentalidad de entidad pública y cuyos máximos directivos tienen la bendición no de unos grandes profesionales de Recursos Humanos sino de un padrino político.
Pero volviendo al tema principal, los ejemplos positivos de proyectos empresariales que sí han funcionado -y hay muchos más a nivel de la Pyme- demuestran que España es un país muy creativo en el que se generan ideas de éxito. Sin embargo, sus políticos y gestores no saben afrontar las crisis o adaptar su modelo de negocio a un cambiante entorno económico. ¿Cómo puede ser que un medio como El País, que por tantos años era considerado uno de los periódicos de mayor prestigio del mundo, ahora corra el peligro de caer en manos del empresario de telecomunicaciones mexicano, Carlos Slim? Otra vez más, no ha sabido adaptarse y no ha sido capaz de atraer el talento o redireccionarse de manera que siga siendo líder de su sector. El resultado, casi siempre, es que cuando las cosas se ponen feas, las empresas se caigan, echen a sus empleados, y tengan que ser otros los que tomen el relevo y vuelvan a empezar desde cero. Un país de 'start-ups' puede ser muy dinámico en épocas de bonanza pero en periodos como el actual, la incapacidad de las empresas líderes de renovarse, de seleccionar nuevos empleados en función de su habilidad, y de dar respuesta a la cambiante demanda de los consumidores, es uno de los principales factores que condenan a miles de nuestros jóvenes y mayores a unas cifras de paro intolerables en un país de primer mundo.
Es una enfermedad que contamina a todos los estamentos del país pero especialmente la política, porque si los partidos políticos no son capaces de modernizarse, ¿quién va a liderar la transición en el conjunto de la sociedad? Desde luego, si el PSOE no sabe crear y liderar un nuevo proyecto político que reconozca de una vez que el statu quo no nos conducirá a ningún sitio pero que hay alternativas a la política exterminadora del PP y que no pasen por hacer meras chapuzas, probablemente dentro de poco se desintegrará todo el modelo político actual y una nueva generación tendrá que volver a levantarnos desde las ruinas. Podría ser hasta ilusionante para las generaciones futuras, no obstante, un país no puede llegar a ser grande si no aprende a construir sobre lo que ya existe. Si no lo hacemos, lo harán otros y tendremos que mirar desde la barrera como otros países y regiones se hagan grandes mientras nosotros volvamos a perder el tren del futuro.