Pasaron 500 años y todo sigue igual – Una lectura contemporánea de la obra de Galeano
Al
leer el ensayo de Eduardo Galeano, ‘Las
venas abiertas de América Latina’ 40 años después de su publicación, no
puedo evitar encontrar paralelismos con la realidad de hoy. Desde luego, el
mundo ha cambiado mucho sólo en las últimas cuatro décadas y el continente que
el autor describe tiene enormes diferencias con el de hoy, emergente, optimista,
mayoritariamente democrático. Sin embargo, sin entrar todavía a fondo del tema
tras leer apenas los primeros capítulos del libro, sí se me ocurren similitudes
entre la relación entre el oprimido, el opresor y el vencedor.
A
ver si me explico. Galeano relata con su habitual y cautivadora prosa la
opresión de los indígenas por los conquistadores españoles sin hacernos olvidar
de que el verdadero beneficiario de las expediciones al continente americano en
busca de oro y plata no era la metrópoli española sino los demás países
europeos que habían financiado la aventura imperialista y que se llevaron como premio
toda la riqueza que los españoles fueran capaces de traer, dejando al reino en
bancarrota y proporcionando la base financiera para el incipiente desarrollo
capitalista del continente. Por supuesto, la derrota de España en aquella
ocasión no se debió en exclusiva a la codicia de los banqueros europeos sino
también a los errores de la monarquía; empezando por los Reyes Católicos, quienes
con su Santa Inquisición expulsaron de España a los comerciantes árabes y
judíos que hubieran sido capaces de transformar el fruto del espolio en riqueza
y desarrollo para la península ibérica; y posteriormente por las dinastías
habsburgas y borbones, incapaces de acabar con la estructura feudal del país.
Han
pasado 500 años y acabamos de salir de lo que los medios europeos definían como
la segunda
conquista de América. Esta vez los protagonistas han sido, por una parte, los
banqueros, las empresas energéticas y las de comunicaciones españolas que
volvieron a tomar el continente latinoamericano y a base de engaños y sobornos,
se enriquecieron a costa del trabajo y el sudor de los ciudadanos. Y por otra
parte, los franceses y alemanes que proporcionaron la financiación necesaria
para permitir la bonanza que por unos años enriquecería a España sin que la
mayoría de los ciudadanos se dieran cuenta, y con tal de abrir el mercado a sus
productos y de construir un lugar de descanso para sus jubilados. Y otra vez
más, una vez alcanzados los objetivos, ahora nos piden nuevamente el sacrificio
y que les devolvamos lo prestado aún a costa de agravar la recesión y de apagar
definitivamente la esperanza de millones de jóvenes con estudios. El siguiente
paso será la absorción de aquellas grandes empresas españolas que
protagonizaron la explosión económica, esta vez no sólo por los europeos que ya
se han hecho con Endesa sino también por los chinos (Telefónica vs. China
Telecom; los bonos soberanos…) o por los cataríes,
que ya han empezado a adquirir participaciones en el Banco Santander. Vemos
como la historia se repite y otros se benefician de las nuevas ‘conquistas’ que
permitieron ‘el
milagro español’.
Sin
embargo, al igual que hace 500 años, España no se exime de culpa por su
desafortunado destino. Una vez más sus líderes se han mostrado incapaces de
transformar la riqueza en progreso. Se recelaron de atraer profesionales y
emprendedores capaces de aportar ideas e innovación, prefiriendo centrarse en
empleados poco calificados que se mataran construyendo túneles y autopistas
cuál indígenas en las minas de Potosí. Crearon una burocracia excesiva que
estranguló el emprendimiento interno, y permitieron que unas pocas empresas,
principalmente ex monopolios estatales, formasen camarillas y carteles para
mantener fuera a cualquiera que intentara desafiar su poderío.
Vivimos
en un mundo tecnológicamente más avanzado en el que las distancias se han
acortado y las comunicaciones se realizan en cuestión de milisegundos. Sin
embargo, el poder se sigue repartiendo de la misma manera de antaño. Unos se
hacen ricos, otros son oprimidos y la ‘huérfana España’, utilizando palabras de
Sabina, sigue
allí, sufriendo.