Vagabundo en Madrid: Nos esperan tiempos aún más duros



Escribir cada día una nueva entrada en un blog sobre la actualidad sin tener en cuenta la actualidad real, que no es más que la que presenciamos en la calle en el día a día, sería un ejercicio carente de sentido.

Pues, durante mi breve estancia en Londres el pasado fin de semana, me preguntaron, «Si yo fuera a Madrid estos días y caminara por las calles, ¿me resultaría muy visible la situación de crisis que se vive?» Mi respuesta fue que básicamente no, que la gente lo está pasando mal, hay mucho paro, temor y desilusión, y desde luego no se consume tanto en las tiendas, sin embargo, para el turista la imagen es de unos restaurantes y bares llenos y de un paisaje urbano bastante parecido a cómo siempre ha sido. De hecho, con la crisis hay menos obras y las calles están más bonitas y transitables.

No mencioné, sin embargo, la creciente presencia de gente pidiendo limosnas en la calle, algo que sí había notado desde hace tiempo pero que todavía no me parecía tan destacado, al menos en las calles más pudientes del centro de la ciudad, o por lo menos no lo suficiente como para querer asustar a los míos con el dato. Sin embargo, hoy al regresar del trabajo, por primera vez he visto como una señora joven y bien vestida pedía ayuda en el metro ya que llevaba dos años en paro y no tenía dinero para cubrir los gastos básicos de su casa en la que tiene hijos. Se notaba claramente su pudor cuando explicaba su situación a los viajeros. Reconoció que seguramente no era la única que lo estaba pasando mal y que sin duda habría más gente en el mismo coche en una situación igual o peor que ella, por lo que les pedía disculpas. También afirmó que recibía ayuda de Cáritas que le permitía cubrir algunas necesidades pero que le dejaba todavía con muchas facturas por pagar. Explicó que seguía enviando su currículum con vistas a conseguir algún empleo, pero que de momento no había conseguido nada y que por eso había decidido tomar esta decisión de pedir dinero a los pasajeros del metro.

La pobreza es una tragedia, sea quien sea quien la padezca, sin embargo, para cualquier ser humano es especialmente impactante ver a personas que podrían ser tú mismo, o cualquier conocido cercano, perder todo lo que tienen, e incluso su propia dignidad, porque nadie les ofrece un trabajo, que es un derecho, y porque ni siquiera el Estado en un país rico y occidental es capaz de apoyarles cuando la prioridad política y económica es devolver a los bancos las deudas que contrajo con ellos con el fin de prevenir el hundimiento de esas mismas entidades financieras. Personas que han visto estupefactos durante años como otros pedían limosnas y que ahora se dan cuenta de que seguir su ejemplo es la única manera de seguir adelante. Antes siempre podías buscar alguna justificación por las desgracias de los demás para poderte tranquilizar: La ruptura de una relación, una minusvalía física, problemas con el alcohol, las drogas,… sin embargo hoy nadie está a salvo del riesgo de perderlo todo.

Sé que para muchos no es noticia. Ya me han contado unos cuantos que han visto escenas parecidas, sin embargo, hoy me ha tocado a mí golpearme con esa realidad en primera persona, y seguramente a medida que se les vaya acabando el paro a los que perdieron el trabajo en los últimos años, en los próximos meses la situación será cada vez más dramática. Hasta hoy, lo que quedaba del estado de bienestar nos ha permitido ocultar de la vista una parte de la dura realidad que nos toca, sin embargo, ahora tendremos que quitar el velo y ver a plena luz en qué país y en qué continente nos estamos transformando. Cuando el 25% de la población está en paro, no se salva nadie de los efectos en la economía real.

No podría finalizar mi entrada sin ofrecer una opinión: El mundo, Europa, España,… todo se ha transformado en los últimos años. Nada es lo que era y si el Gobierno cree que recuperando las políticas de décadas anteriores nos van a sacar del atolladero están profundamente equivocados. Tienen que tomar decisiones duras, y eso quiere decir tomar decisiones que les costarán porque impactarán no sólo en sus votantes sino en ellos mismos. Tendrán, en definitiva, que decidir si fue un acierto o un error entrar en el euro a costa de perder la competitividad a nivel europeo y mundial, y si la única manera de recuperar el bienestar y la dignidad de los trabajadores es por medio de una devaluación. No digo que sea necesariamente el paso que hay que dar. Por supuesto, a corto plazo, el impacto será durísimo. Sin embargo, tienen que preguntarse si al no tomarlo el impacto a no muy corto plazo será más duro aún. No hace falta más que mirar lo que ocurre a nuestro alrededor para darnos cuenta de que llegó el momento de hacer de tripas corazón, de poner fin a los tabúes que nos paralizan y de adoptar las políticas que nos permitirán más pronto que tarde empezar a ver la luz al final del túnel muy oscuro en el que nos hemos metido. ¿Será el partido que nos metió en este corsé capaz de mirar la realidad sin telarañas en los ojos? Mucho me temo que no, pero si no empiezan a hacerse estas preguntas difíciles, sin duda estaremos cada vez peor.

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