Crónica de una inhabilitación anunciada
El
desenlace estaba cantado. La envidia y los celos de las autoridades judiciales
españolas por el estrellato universal del juez instructor, Baltasar Garzón,
habían bastado para entorpecer su trabajo desde que, tras el arresto del
General Pinochet en Londres en octubre de 1998, la Audiencia Nacional, con la complicidad
del entonces Presidente del Gobierno, José María Aznar, obrara para evitar la extradición
del ex dictador a España. Un hecho que no sólo hubiera perjudicado gravemente
las relaciones comerciales entre España y Chile sino también habría creado un precedente
que sin duda con el tiempo obligaría al estado español a rendir cuentas por los
crímenes de su pasado franquista. Había que parar al juez utilizando todos los
medios a su alcance.
A
pesar de todo, tardaron 14 años en conseguir su objetivo, y el pasado 9 de
febrero, el Tribunal Supremo inhabilitó al juez por 11 años en un fallo que ha
sido criticado por los medios de todo el mundo, a pesar la reacción tibia en
España, un país en el que apenas quedan medios de comunicación independientes.
Aquí el consenso, entre todos menos los de la derecha más rancia que aplauden
sin matices la decisión del Supremo, es que se trata de un hecho poco afortunado
pero necesario, porque al fin y al cabo, Garzón no incumplió la ley al realizar
escuchas a los imputados del caso Gürtel. Es decir que en España hacer justicia
es suspender a un juez que persigue a los políticos corruptos y obligarle a
pagar una multa de 2.500 euros a los criminales. No parece importar que las
escuchas fueran realizadas por pedido de la policía judicial y con el
consentimiento del fiscal, que se debían
a la sospecha de que los abogados de los detenidos eran cómplices y que las
comunicaciones se dirigían a blanquear dinero. Parece que ha habido importantes
errores de procedimiento y Garzón sigue afirmando que no se tomaron en cuenta
las pruebas que él mismo proporcionó, sin embargo, al menos en España se
considera primordial defender a las instituciones y asumir que el que ha errado
es el investigador.
Estamos,
por tanto, enfrentados hoy a la brutal ironía de ver como el Ministro de
Justicia, Alberto Ruíz Gallardón, afirma que el Gobierno defiende la
independencia de la justicia y que nunca hará comentarios políticos sobre un
juicio, a pesar del carácter marcadamente político de este fallo. Como si en
estos 14 años nadie en su partido hubiera hecho nada para influir en el destino
del juez español más famoso del mundo. Hablar hoy de la independencia de la judicatura
española es algo parecido a hablar de la capacidad de empatía de Jack el
Destripador. Sencillamente, no existe.
Garzón
recurrirá al Tribunal Constitucional, y posteriormente al Tribunal Europeo de
Derechos Humanos. Sin embargo, no hay muchas razones por el optimismo. El fallo
contra el juez es sólo el último paso en la derechización de un continente, en
el que la democracia en efecto se ha suspendido hasta nueva orden del FMI y el
Banco Mundial. Mientras tanto, los militares griegos se preparan para tomar el
control del Gobierno de su país tras una declaración de impago que ya se da
casi por sentada y las fuerzas antidisturbios españolas enfilan sus armas para
hacer frente a la violencia social que nos espera.
En
este contexto, ¿qué autoridad hoy en día permitiría que se establecieran
precedentes legales para que sus futuros crímenes puedan ser juzgados o para que
se declare ilegal una amnistía que permitió que nadie rindiera cuentas por los crímenes
a la humanidad? Tras 50 años de avances en derechos humanos, ha llegado el
momento del retroceso, porque para los poderosos es lo que más conviene. Curiosamente,
ahora la última esperanza de que haya un fallo a favor de las víctimas del
franquismo está en Argentina, donde la justicia intenta devolver a los
españoles el favor que le hizo Garzón al investigar las acciones de su propia
dictadura militar, amparándose en la jurisdicción universal. Ahora que han criogenizado
a la justicia española, han castrado a nuestros medios de comunicación, y todos los poderes están controlados por el
partido que más se beneficia de este fallo, el próximo paso será poner en orden
al país de Cristina Fernández de Kirchner y acabar con la carrera de sus jueces
más turbulentos, para que no quede ni el menor resquicio de voluntad popular y
las élites puedan repartir los cada vez más escasos recursos de esta tierra sin
el inconveniente de tener que consultar a sus clientes, perdón, conciudadanos.
Y, en eso tienen mucha experiencia.