“Vos colonial, yo populista”
Sólo
hay un imperio en el mundo en 2012 y es el del capital. Por consiguiente, para
la mayoría de los mortales los conflictos sobre el futuro de las últimas avanzadas
coloniales del Reino Unido, sean las Islas Malvinas o la roca de Gibraltar,
resultan cuando menos anacrónicos y sólo suben a la superficie cuando por razones
internas, bien británicas, bien del país colonalizado, los respectivos gobiernos
deciden subir la retórica o practicar el boxeo con un adversario imaginario con
tal de conseguir titulares patrioteros en sus respectivos periódicos. Sin
embargo, no deja de ser un tema sensible que siempre intento tratar con pinzas
con tal de no herir las susceptibilidades de cualquiera de las partes implicadas,
y más debido a mis propias conexiones con los tres países.
Sin
embargo, una cosa es ver dos potencias más o menos iguales como Francia y el
Reino Unido inventar conflictos teatrales en el seno de la Unión Europea con
tal de apaciguar los ánimos e inflar los prejuicios de sus respectivos votantes
en tiempos de gran impopularidad gubernamental, y otra bien distinta observar la
escalada de tensión de las últimas semanas entre
el Reino Unido y la Argentina. No parece que en el colegio de Eton hagan gran empeño en fomentar la
creatividad a la vista de las últimas acciones de su ex alumno, que no hace más
que obsesionarse con perfilarse como una mala copia de Margaret Thatcher, y con
consecuencias nefastas para el prestigio del país.
Está
claro que, como suele ser el caso en la mayoría de estos conflictos, ambas partes
tienen algún interés en ‘marcar paquete’ de cara a sus votantes. En el Reino
Unido el continuo declive económico, en parte consecuencia de las medidas de austeridad
de su Gobierno, crea el ambiente perfecto para que un gobierno conservador
busque crear enemigos imaginarios para desviar la atención de los ciudadanos de
los problemas internos. En Argentina, la inmensa popularidad de Cristina Fernández de Kirchner no parece crear semejante necesidad, sin embargo, el conflicto sí le
permite reforzar su papel como líder regional. La reciente respuesta de los
países de Mercosur, que accedieron a la
petición de la Presidenta argentina de prohibir el acceso a sus puertos de
barcos con la bandera de las Falklands también ha servido como una
excelente plataforma para recordar al Gobierno británico la resolución de Naciones
Unidas que llama a los dos países a dialogar sobre el futuro de las islas,
y para mostrarle que ya no podrá dividir a
una región emergente con ganas de consolidar su posición en la economía
global.
De
hecho, cuando se analiza en profundidad, parece que las acciones del Gobierno argentino han sido bien medidos, y en cambio,
las de Cameron, machistas, improvisadas y completamente fuera de proporción. La
veda a la entrada de los barcos no es real ya que los barcos procedentes de
Malvinas no llevan la bandera de las islas y el país austral no ha tomado
ninguna medida de naturaleza militar. De hecho, Fernández Kirchner ni siquiera mantiene
el reclamo de que las Malvinas sean completamente argentinas, su única exigencia que los
países se sientan a negociar. Sin embargo, Cameron ha respondido con una actitud
belicista, que se ha culminado esta semana con la decisión de enviar un
nuevo destructor
a las islas y el anuncio de la próxima visita
del príncipe Guillermo, también consecuencia de una misión militar.
Cameron
ha dejado claro desde que asumió el mando como Primer Ministro en 2010 que no
está dispuesto a negociar con la Argentina sobre el futuro de las islas y
parece que por esta misma razón, la actitud pragmática de la Presidenta le
infunde más temor que tranquilidad. Intenta provocar al Gobierno de Buenos
Aires para que responda con sus propias maniobras militares para así poder
afirmar que Argentina es un país desestabilizador y para justificar su propia
intransigencia.
Desde
la guerra de 1982, el Gobierno británico siempre ha recurrido al argumento de
la autodeterminación
para oponerse a la descolonización de las Islas Malvinas. Los kelpers
no quieren pertenecer a la Argentina y no se les puede obligar, afirma, por mucho que
esta no haya sido la posición del Reino Unido respecto a sus otras colonias. Tampoco
acepta que pueda haber una negociación a dos bandas, sin tener en cuenta la
opinión de los isleños, algo inaceptable para la Argentina que considera las islas
parte inseparable de su territorio y por tanto sin derecho a que formen parte
de la negociación. No hay ninguna diferencia entre esta postura y la de España
respecto a Gibraltar, y Londres sigue sin enviar un nuevo destructor al
peñón.
Sea
como sea, la reacción del Reino Unido me parece completamente exagerado, y
además preocupante en un país en el que el ciudadano medio no destaca precisamente
por sus conocimientos geográficos o geopolíticos. La ignorancia sobre la Argentina es casi total, salvo en lo que se
refiere al fútbol. Apenas se sabe qué idioma se habla y menos que se trata de
una democracia. Los conservadores juegan con esta ignorancia para intentar
construir la imagen de un país hostil que en cualquier momento sería capaz de
lanzarse a una aventura militar y del cual hay que defenderse a capa y espada.
Sin embargo, aparte de injusta, se trata de una actitud peligrosa, que sólo
servirá para endurecer la opinión pública e impedir que en algún momento futuro
el país cumpla con su obligación de sentarse a hablar. Y la derecha inglesa ya
está acostumbrada a meterse en estos jardines. Sólo hay que ver las consecuencias
de su política
europea, que más que proteger los intereses del país dentro de la UE, ha
servido para generar hostilidad por parte de los británicos a todo lo que
huele a Bruselas y poco a poco nos está empujando hacia la puerta de salida.
El
populismo,
desde luego, no es un fenómeno exclusivamente latinoamericano.