Los comentarios en los medios online son una merienda de trolls
Una
cosa que me llamó la atención cuando vine a España por primera vez fue
descubrir que para enviar una carta al director de El País, había que facilitar
no sólo el nombre y dirección postal, sino también el número de DNI. Para alguien que venía de un país en el que el
mero concepto de tener que llevar un número de identidad encima se considera
contrario a la libertad personal y más propio de otras épocas más autoritarias,
tener que facilitar estos datos para poder ejercer la libertad de expresión me
produjo indignación.
Sin
embargo, con el tiempo me fui adaptando a esta costumbre y hasta me convertí en
defensor del documento de identidad por razones sobre todo prácticas. No por
carecer de un DNI los británicos nos libramos de tener que identificarnos, y
menos cuando estamos fuera de nuestro país. Ante la ausencia de un registro único de todos los ciudadanos del país o de un documento que acredite
nuestra identidad, demostrar que eres quien dices que eres se convierte muchas
veces en un suplicio. Además, he ido descubriendo que España no es, ni mucho
menos, el país más exigente en este sentido. Para dirigir una carta al director
del diario argentino, La Nación, para dar sólo un ejemplo, no sólo tienes que
facilitarle el número de DNI, sino también aceptar que lo publique debajo de tu
firma en el papel impreso. Supongo que será para evitar la suplantación de
identidad con intención difamatoria. En este sentido, como para muchas otras
cosas, los medios británicos confían de la palabra de sus lectores quienes no
tienen ninguna obligación de demostrar su inocencia antes de publicar un
comentario sino más bien al revés. Si alguien es difamado, el sistema legal es
perfectamente capaz de castigar al culpable y de compensar a la víctima.
De
todas formas, Internet lo ha cambiado todo. Cualquier persona puede abrir un
perfil en Twitter y expresar cualquier opinión que le venga a la cabeza, y en
general, el sistema funciona bastante bien. Mucho mejor, de hecho, que la
mayoría de los medios online españoles, que muestran un exceso de celo a la
hora de moderar los comentarios, un hábito que ha vuelto en su contra ya que el
retraso en su publicación impide que haya un debate fluido e inteligente. Los
medios anglosajones se limitan a moderar los comentarios después de su
publicación y a eliminar los que consideren ofensivos. Y aunque la calidad del
debate todavía deja mucho que desear, supera con creces la de las
conversaciones sin sentido que proliferan en las webs de El Mundo ó El País.
Las empresas, las personalidades públicas y los propios periodistas contribuyen
al debate con sus comentarios y es bastante fácil distinguir entre una
conversación seria y una merienda de trolls.
El
Mundo intentó hacer lo contrario y replicar en Internet la misma política que
aplica al papel, de manera que hasta hace poco pedía a los usuarios que se
registraran con su DNI para poder comentar sus artículos. Sin embargo, al
mantener la opción de que los usuarios no registrados dejaran comentarios sin
identificarse, el 90% de los comentarios llevaban la firma, ‘Anónimo’, lo que
de poco sirvió para promover una discusión digna de ser leída. Y curiosamente,
en el otro extremo, como parte de su intento de ‘mejorar’ la calidad de los
debates, El País ahora permite que los usuarios suban, además de texto,
imágenes y vídeos; de manera que los jóvenes militantes de los partidos políticos
ya pueden publicar contenidos difamatorios en cualquier formato multimedia.
Desde luego, no parece que los medios españoles dediquen mucho tiempo a
la reflexión antes de diseñar sus estrategias para la participación de sus
lectores.
Si
fuera periodista en alguno de estos medios, reclamaría, como hoy lo ha hecho el
cómico, David
Mitchell en el diario, The Guardian, que dejen de una vez de admitir los
comentarios de los lectores. Los artículos que merecen ser comentados
rápidamente se convierten en trending
topics en Twitter o copan la línea de tiempo de sus fans en Facebook, de
manera que se facilita el debate entre personas que ya se conocen entre sí y no
pueden esconderse detrás del anonimato. Así han evolucionado los blogs, y en el
caso de este para el que escribo, la gran mayoría de los comentarios que recibo
me llegan a través Twitter o Facebook, y siempre han contribuido de forma
positiva a la conversación. Las redes sociales han acabado con el anonimato sin
tener que inmiscuirse en los datos personales de los usuarios, sino simplemente
mediante el poder de la comunidad. En este contexto, ¿no ha llegado la hora de
cerrar de una vez la puerta a los trolls y de transformar los medios online en
plataformas de prestigio y no en un regalo para los grafiteros, o peor, en
plataformas a medida de los que buscan ofender, amenazar o agredir a los que
intentan ganarse la vida con el periodismo?