Pervive la mentalidad colonialista del Estado español
El
expolio que supone el colonialismo da unas extrañas vueltas. Tantas que pueden
pasar 200 años desde que se realice el crimen hasta que finalmente llegue el
botín al puerto de la metrópoli.
En
2012 se supone que todos somos anticolonialistas, tanto que un primer ministro
inglés utiliza el lenguaje anticolonialista para defender su propia
intransigencia respecto a la administración de sus últimos destacamentos
coloniales. Los que tienen que decidir son los que habitan allí. Y quien diga
otra cosa es colonialista. ¿Quién podrá oponerse a un argumento tan razonable? (Lo
que omite, por supuesto, es que en el caso de las Malvinas, los habitantes –cuyos
derechos respeto y defiendo tanto como los de cualquier otro, ya que es difícil
para la mayoría de nosotros meternos en la piel de los habitantes de unas islas
que han vivido hace apenas 30 años el trauma de una invasión por parte del
ejército de un país con el que ni comparten lengua ni cultura- no podrán rentabilizar
su presencia por mucho tiempo sin que haya algún tipo de acercamiento
diplomático con su vecino más próximo.)
Pero
para no divagar más, mientras los medios de ambos países refuerzan la guerra
retórica, y recurren más a los prejuicios que a la razón para ganar puntos en
sus respectivos medios de comunicación sin importar las posibilidades reales de
diálogo, en España se celebra la llegada de 595.000 monedas de oro y plata, después
de que estas hayan sido rescatadas por unos investigadores científicos, y sin
que el ex país colonial haya tenido que invertir un duro en el trabajo. Por
supuesto, si no hubiera sido por la empresa norteamericana, Odyssey, el Estado
español no habría hecho nada para rescatar las riquezas extraídas de tierras
peruanas y brasileñas con el trabajo esclavo de los indígenas, las cuales en un
mundo más justo estarían esperando hoy mismo en algún almacén para ser
devueltos a su lugar de origen. Otros países con un pasado igualmente infame
han tenido por lo menos la suficiente dignidad para llegar a acuerdos
económicos con las empresas que se encargan de explorar los mares en busca de
tesoro para que los que hagan el trabajo vean alguna recompensa. Sin embargo,
España ha considerado desde el primer momento que el botín es suyo y que el
trabajo de rescatarlo de la profundidad del océano no merece ningún pago, de la
misma forma que los esclavos que trabajaban en las minas tampoco merecían un
salario o un trato digno. (Por supuesto, sería grotesco comparar la situación
de los esclavos y la del equipo de Odyssey, lo que cuestiono es la actitud del
Estado que por lo que veo sigue siendo motivada ante todo por la avaricia).
La
consecuencia inmediata de este fallo legal a favor de España será que las
empresas que tienen los conocimientos necesarios para hallar fragatas hundidas
en ultramar no levantarán un dedo para buscar otras fragatas o tesoros ‘españoles’
a sabiendas de que les caerá una demanda legal y perderán todo el fruto de sus
labores. No es, a todas luces, el mejor desenlace para cualquiera de las partes
implicadas y no ayudará al trabajo historiográfico a largo plazo, aunque quizás
ayude a España a amortizar algunas de sus deudas, de la misma forma que las riquezas
traídas desde las Américas en el siglo XVI tampoco beneficiaron al ciudadano de
a pie, sino a aquellos países que habían prestado a España el dinero necesario
para financiar sus aventuras de descubrimiento y conquista.
Tantas
vueltas y sin avanzar un milímetro. Pero, por supuesto, somos todos anticolonialistas.
Nota a pie: Para no causar ofensa a los más susceptibles, me gustaría aclarar que con esta entrada no pretendo criticar a un país en particular, sino a la lógica absurda del colonialismo en general, según la cual la división entre trabajo y propiedad es una relación entre dominante y dominado. El mundo financiero global sigue funcionando más o menos de la misma forma, pero eso sería tema para otra entrada.