En defensa de Lucía Etxebarría
Me
resulta indignante el acoso al que los internautas están
sometiendo a la escritora, Lucía Etxebarría desde que el pasado domingo
ésta anunciara que dejaría de escribir como una manera de protestar contra la
piratería.
El
cinismo generalizado entre los consumidores de nuestro país ha llegado a tal
extremo que resulta casi imposible que un creativo diga nada sin que se lo
interprete como una campaña de publicidad. Puede que sea así, sin embargo, en
este caso, por poco o mucho que se valore el trabajo de la autora, la situación
que ha motivado su protesta es más que legítima.
Por
supuesto, el objetivo de esta entrada de blog no es transmitir pena por la
situación de una escritora determinada, que además ha ganado diversos premios
que le han aportado unos ingresos envidiables, y que por tanto, no se puede
utilizar como ejemplo para ilustrar el impacto negativo de la piratería en la
industria creativa de nuestro país. Tampoco pretendo obviar el esfuerzo de la
gran mayoría de escritores que se dejan la piel por ser creativos sin tener como
máxima prioridad obtener una remuneración económica. El impulso de escribir es
eso, ni más ni menos. Es una verdadera pasión que no se vende. El deseo de
escribir recorre las venas de cualquier escritor y la falta de recursos
económicos no supuso ningún impedimento para el trabajo de los autores más
grandes de nuestra historia. Sin embargo, de algo tienen que vivir.
Todos
los que escriben lo hacen en primer lugar porque lo quieren y estoy seguro de que,
siempre que se aprecie, Lucía Etxebarría seguirá escribiendo aunque no pretenda
que tenga un final lucrativo. Seguramente, gracias a su reconocimiento público
tendrá miles de oportunidades para ganar dinero en otros ámbitos y para eso le
deseo suerte.
Sin
embargo, últimamente hay una creciente tendencia en este país hacia el
desprecio a cualquier persona exitosa, y más cuando ganan el dinero en áreas
como la literatura, el arte, el cine o la música. Vivimos en un país de más de
cinco millones de parados en el que uno de los principios escollos es la falta
de espíritu emprendedor. Todos queremos ser, ante todo, funcionarios y en el peor
de los casos empleados, pero pocos estamos dispuestos a coger el toro por los
cuernos y buscarnos la vida de forma autónoma. Y si otros lo consiguen son
blancos de toda la envidia, desprecio y odio que somos capaces de reunir.
Muchos
de los comentarios que se han publicado en Twitter o en Facebook son de
personas que se quejan de que si tuviesen que pagar por la literatura no
se lo podrían permitir. Pues, si es así, estos deben luchar no contra los
creadores sino contra los gobiernos que nos cierran cada vez más bibliotecas,
nos cobran el acceso a los museos y ponen toda suerte de trabas al ejercicio de las profesiones creativas. Muy útil me parece votar a un gobierno
neocon para luego echar la culpa a los escritores por toda la desigualdad de
este mundo. Si de verdad creen que quitando el pan a los escritores van a tener
mayor acceso la literatura, deben saber que lo único que van a conseguir es
ahogar todo un sector en un mundo en el que, por muy romántico que seas, la gran
mayoría de los creativos tienen cada vez más dificultades para llegar a fin de
mes.
No
puedo, por tanto, hacer más que agradecer que una de las escritoras que menos
necesitan obtener mayores ingresos de su trabajo aproveche su visibilidad
pública para defender una profesión que está en horas muy bajas. Y por muy
fácil que sea juzgarle, criticar su calidad de escritora, asombrarse por el
interés que demuestra por el dinero alguien que supuestamente trabaja ‘por amor
al arte’, no me parece que estemos haciendo ningún favor ni para los
trabajadores de la cultura en su conjunto, ni para el país, ni para nuestra propia
dignidad como seres humanos.
Para
terminar, quería comentar que ayer leí un artículo en The Guardian en el que se
llegó a afirmar que los trabajadores tienen cada vez menos libertad para ser
creativos. Parece que en un futuro próximo el 85% de los empleados trabajarán
para call centers, tiendas de comida
basura o en otras franquicias en las que todas las decisiones se toman a miles
de kilómetros de distancia. Pues, si queda aunque sea una sola profesión en la que
siga siendo necesario pensar, más vale hacer el mínimo de esfuerzo para
defenderla.