Internet: ¿Varias aldeas o global?
Una de las ventajas de
viajar, de vivir en diferentes países y de absorber la cultura y la lengua de
cada uno es que te saca de la realidad virtual casi orwelliana en la que vive
la mayoría de las sociedades del mundo ‘desarrollado’, y te permite ver hasta
qué punto los titiriteros manipulan las mentes de los ciudadanos de sus
respectivos estados.
El poder hipnótico de la
telerrealidad nos hace ver el mundo con una estrechez de miras que es en
absoluto compatible con los tiempos globales en los que vivimos y lo más
curioso es que la llegada de Internet, con su supuesta capacidad de eliminar
fronteras, acortar distancias y generar una verdadera conversación global, no
ha servido para sacarnos del viejo parroquialismo del siglo XX.
La revolución de Internet se
parece cada vez más a cualquier otra revolución. Ha hecho que el mundo dé un
giro de 360 grados para volver exactamente a donde estaba. Pilló a las empresas
y los poderes públicos desprevenidos pero estas no han tardado en ordenar la
nueva casa virtual y segmentarla según las mismas barreras nacionales de antaño.
Y seguirán avanzando en la misma dirección.
El comercio electrónico es,
quizás, el mejor ejemplo. Tiendas como Amazon, que fueron justo los pioneros de
Internet y que hace 15 años nos permitían acceder a todo un mundo de literatura
con unos pocos clics del ratón, ahora intentan dividir a sus audiencias en
pequeños segmentos estancos, cada uno con sus derechos y sus prohibiciones. En
septiembre abrieron Amazon.es y todos pensamos que, por fin, toda esa riqueza de
conocimiento estaría más cerca, y en euros. Sin embargo, ahora nos damos cuenta
de que la oferta de la web española
es tan limitada que la FNAC o la Casa del Libro y que si queremos aprovechar su
oferta completa, tenemos que seguir contactando con la web de Estados Unidos, que comparte el mismo nombre pero que en
todo lo demás es distinto. Si eres cliente premium
de Amazon.es, no lo eres en Amazon.com. Si te compras el lector electrónico,
Kindle, y quieres suscribirte a The
Economist, no puedes. Para acceder a la versión de Estados Unidos, tienes
que vivir en Estados Unidos. Para suscribirte a la versión europea, tienes que
vivir en… el Reino Unido. Y para colmo, si quieres suscribirte a El País o El Mundo, tienes que acceder a la web de Estados Unidos y pagar en
dólares. En España, no se venden.
Sólo se trata de un ejemplo de
cómo las empresas están debilitando cada día más el sueño de construir una red
realmente global para compartir conocimiento y hacer que la sociedad se vuelva
cada vez más inteligente. Prefieren encasillarnos según los mismos estereotipos
nacionales porque así es más fácil controlarnos. La filosofía de la escuela
goebbelsiana pervive en el mundo del marketing. Un mensaje distinto para cada
audiencia. Una Wikipedia que cuenta una versión de la historia a los norteamericanos,
otra a los franceses y otra a los colombianos; un Yahoo! Respuestas que da
respuestas distintas si eres español, francés o italiano no sirve para aumentar
nuestro conocimiento sino para reforzar nuestra idiotez. Parece que la ceguera
nacionalista es la única solución. Si queremos ver algún programa en el iPlayer
de la BBC, tenemos que vivir en el Reino Unido. Si queremos ver los
informativos de la RAI, lo siento, es sólo para los italianos. No obedece a
ninguna lógica comercial. Pierden la oportunidad de abrir mercados, de vender
sus programas a audiencias nuevas y de acabar con los viejos prejuicios. Pero
no parece que les interese. Mientras tanto, empresas españolas como Prisa
contribuyen al avance de la tecnología digital en Estados Unidos, mientras en
España obligan a sus lectores a seguir leyendo el papel si no quieren cegarse
con la pantalla del iPad.
Miramos a China y nos
asombramos ante los esfuerzos de su gobierno de limitar el acceso de sus
ciudadanos a Internet. Sin embargo, cualquier empresa occidental, si llegara a
controlar Internet en su país, haría exactamente lo mismo. En democracia, la información
sin filtrar es peligrosa. Da demasiado poder a los ciudadanos. Acaba con el
pensamiento único de una masa anonada. Obliga a los políticos a exprimir sus
sesos y responder a los verdaderos desafíos globales. En definitiva, sigue
siendo una idea demasiado sediciosa y, de momento, tendrá que esperar.