Puentes, parches y chapuzas: Los primeros días de Rajoy
Las
primeras decisiones de un nuevo gobierno suelen indicar de alguna forma la
dirección que tomará el resto de la legislatura. En abril de 2004, la primera medida
del flamante gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero fue la de anunciar la
retirada de las tropas de Iraq, una acción que sirvió para demostrar que el
nuevo presidente no iba a dejarse amedrentar por las presiones externas y que
cumpliría los compromisos de su programa, incluso si eso suponía enfrentarse al
poderío de Estados Unidos. Fue en gran parte debido a la firmeza con la que
actuó en sus primeros días, a la que después se sumarían sus apuestas por la
ley de la dependencia, la de la memoria histórica y la del matrimonio gay, que
sus votantes construyeron una imagen de él como hombre de principios que unos
años más tarde se vería frustrada ante la realidad de la crisis mundial y la
necesidad de asumir un duro ajuste que parecía contradecir los valores de los
que tanto había alardeado.
Pues,
tras los primeros días del Gobierno de Mariano Rajoy, ¿qué podemos decir de él?
Que va a recortar aún más que su antecesor, eso ya lo sabíamos. Que ha puesto a
un miembro de Opus Dei como Ministro de Interior, eso tampoco sorprende. Que su
nueva Ministra de Igualdad ha decidido rebajar el término, ‘violencia machista’,
a ‘violencia en el entorno familiar’, eso nos puede servir por lo menos como
brújula a la hora de adivinar la dirección ideológica que tomará su gobierno en
el capítulo social. Sin embargo, la primera prioridad de España y de los
ciudadanos es la economía. Queremos saber qué va a hacer para estimular el
crecimiento, para reducir el paro y para situar a España ‘donde se merece estar’.
Y en este ámbito, ¿qué ha hecho el caimán español? Primero, nombrar como
Ministro de Economía a un ex miembro del Consejo Asesor para Europa de Lehman
Brothers que no fue capaz de anticipar la crisis que llevaría su empresa, y con
ella el mundo financiero, a la quiebra, y segundo, anunciar que va a acabar con
los puentes festivos.
Para
saber el impacto de la primera medida, tendremos que esperar a conocer las primeras propuestas de Luis de Guindos, que seguramente sabremos después del Consejo de Ministros de mañana. Y respecto a la segunda, centrarse en sus primeros
días en una medida tan llamativa como superficial como la de modificar el día
de la semana en el que caen los festivos, desde luego, no parece indicar que la
legislatura de Mariano Rajoy vaya a distinguirse precisamente por su radicalidad. La
racionalización de los puentes puede ser mal visto por aquellos empleados que
están acostumbrados a ser ‘premiados’ con vacaciones adicionales con tal de
construir un puente o acueducto; y mejor visto por los que no –allí me incluyo–
quienes tendrán un mayor número de fines de semana de tres días para disfrutar en
vez de varios días sueltos entre semana. Sin embargo, poco va a convencer al 21%
–y creciendo– de la población que está en paro; y además, cuando se estudia en
detalle, se verá que la medida es incluso menos radical de lo que parece. Los
festivos de Navidad y Año Nuevo se mantendrán en las mismas fechas, incluso cuando
caen domingo; el día de la Inmaculada también,… las fiestas autonómicas
seguirán siendo competencia de las CC.AA., y las municipales de los
Ayuntamientos. Poco van a cambiar nuestras vidas con la primera medida de Rajoy.
Analice a fondo la iniciativa y verá que por debajo yace una típica chapuza
marianista, de las que tanto estábamos acostumbrados en su época de oposición. Sin embargo, la medida se ha propuesto con el anunciado objetivo
de dar un empujón a la productividad del país, y allí es precisamente donde el
impacto será nulo. España tiene los menores niveles de productividad de Europa,
sin embargo, esto poco tiene que ver ni con el número de festivos ni con las
fechas en las que se celebran. A lo largo del año, los españoles trabajan más
horas que la media europea. Más incluso que los alemanes. Pero los motivos de
la falta de productividad son otros. Primero, hay una mala gestión de las
empresas y de la Administración Pública, que es el principal empleador del país.
Demasiadas responsabilidades están duplicadas y se dedica un excesivo esfuerzo
a tareas burocráticas innecesarias. En segundo lugar, el tejido empresarial
español consiste principalmente en empresas de uno o dos empleados, una
realidad que por definición crea grandes ineficiencias e imposibilita la
especialización. En una gran empresa británica o
norteamericana de varios miles de empleados, se les puede asignar a los
trabajadores tareas muy específicas que con el tiempo aprenderán a realizar con
creciente eficiencia y agilidad. En España, en cambio, se tiende más hacia la
contratación de empleados multitarea, que es muy bueno para alguien que acaba
de empezar y que quiere ganar amplia experiencia, pero a la larga se convierte
en un estorbo no sólo para la productividad sino también para el crecimiento
profesional.
Me
atrevería a sugerir que esa falta de especialización es uno de los principales
motivos por los cuales hay tanto paro estructural en el país. Si ya de por si
es difícil contratar a jóvenes, cuando los trabajadores llegan a una
determinada edad dejan de ser ‘interesantes’ para las empresas, que prefieren sustituirlos
por otros más baratos, aunque sea a coste de la calidad. Sin embargo, ni eso lo
pueden hacer debido a la inflexibilidad del mercado laboral.
En
cambio, en economías de escala la profesionalización permite que, a medida que
avancen en su carrera profesional, los trabajadores se especializan más,
adquieren cada vez mayores capacidades en su área y ganan valor en el mercado
laboral. Las empresas no quieren prescindir de ellos por los conocimientos que
aportan, que en muchos casos son insustituibles, y por pura lógica del mercado
mejoran su retribución salarial.
Consecuencia
de la pequeña escala y la falta de visión empresarial en las empresas
españolas, la economía tiene graves carencias a nivel de innovación y priman
sectores como el inmobiliario que requieren una gran cantidad de mano de obra
precaria y de escasa calificación profesional. La situación nos condena a ser
un país de segunda, incapaz de competir con economías del conocimiento como el
Reino Unido, Francia, Alemania o Estados Unidos. En este aspecto, ni siquiera
Italia tiene los mismos problemas que España gracias a la fortaleza de sectores
artesanales en los que abundan las empresas familiares en las que los
conocimientos pasan de una a otra generación. En España nos falta ese tejido
social pero no acabamos de dar el salto hacia un modelo posindustrial.
Son
problemas serios que requieren respuestas serias, sin embargo, si Rajoy de
verdad cree que cambiando los puentes va a solucionar los problemas del país, será
la mejor prueba de que va a gobernar de la misma forma con la que lideró la
oposición. Con parches y chapuzas, a la espera de que cambie el viento
económico y regresemos al modelo económico aznarino, es decir, el del ladrillo.
Espero equivocarme. Son todavía los primeros días y es pronto para juzgarle.
Espero que esta vez no sean el mejor indicio de lo que está por venir. Eso ya
lo veremos.