Molinos de viento y delirios neoliberales
Hace unas semanas un
consorcio español venció a Francia en una licitación para construir una línea de alta velocidad
entre Medina y Meca. Se trató de una victoria para empresas tanto públicas como
privadas. Mediante este acuerdo, empresas españolas como Talgo, Indra, OHL,
Consultrans, Copasa, Imathia, Cobra, Dimetronic e Inabensa consiguieron
posicionarse como líderes mundiales en la tecnología de infraestructuras, logística
y transporte más puntera.
El transporte ferroviario de
alta velocidad no es el único sector en el que un creciente número de empresas
españolas han logrado encontrar un hueco en los últimos años. Aunque a paso más
lento, debido a la lamentable ralentización de la adopción de las energías
renovables, – principalmente la eólica y la solar – los esfuerzos anteriores en
este ámbito han permitido a numerosas empresas españolas ganar reconocimiento en
otro de los sectores tecnológicos del futuros. Y eso sin mencionar compañías
energéticas como Iberdrola que han alcanzado una sólida presencia
internacional. Mientras tanto, en el sector médico, investigadores españoles no
paran de conquistar nuevas fronteras en áreas como la investigación con células
madre y los trasplantes de cara, entre otras.
Y es que por mucho que se
critica la ambición excesiva de nuestros políticos a la hora tejer una red de alta
velocidad carísima, en muchos casos entre ciudades de escasos habitantes, o de
sembrar el campo con molinos de viento, la escasa rentabilidad de los proyectos
nacionales se suple, por lo menos en parte, con la experiencia que han ganado
las empresas que han participado en este gran sueño español, y que ahora podrán
aplicar en otros proyectos extranjeros de mayores dimensiones, generando empleo
de alta calidad para miles de españoles.
La inversión pública no
siempre obedece a los intereses a corto plazo. Desde luego, para los habitantes
de Toledo o Cuenca, les habría bastado una mejora del servicio de los trenes
regionales existentes. Sin embargo, si satisfacer la demanda actual fuera el
único objetivo de los políticos, Estados Unidos nunca habría gastado un duro en
llevar el hombre a la luna. Otra misión a todas luces descabellada pero que
logró posicionar a Estados Unidos como líder mundial en un montón de sectores
de actividad, un hito que con las actuales peleas entre demócratas y
republicanas, difícilmente se volverá a repetir.
En el Reino Unido, la
invención del tren permitió al país liderar la revolución industrial, pero no
menos importante fue lo que significó para la industria británica fuera de sus
fronteras: No sólo extendió esta tecnología a colonias como la India sino también
lo llevó a territorios como Argentina, donde se convirtió en socio comercial
preferido y ayudó a desarrollar las infraestructuras ferroviarias a cambio de
poder abastecerse de carne y otros productos agrícolas en tiempos de guerra en
Europa.
Ahora la austeridad está en
boca de todos y parece que Europa va camino de adoptar nuevas leyes que pongan más
trabas a la inversión pública. Cualquier gasto tendrá que ser más que justificado
y países como España estarán obligados a limitar su ambición en la batalla por
conquistar nuevas fronteras tecnológicas, médicas y de desarrollo humano.
Algo parecido ocurrió en el
Reino Unido en los años ’80. El estado deplorable de las infraestructuras
británicas se debe en gran parte a las trabas administrativas que se forjaron
en el thatcherismo para prevenir que se aprobase cualquier proyecto que
supusiera una gran inversión de dinero público. Sólo ahora plantean por primera
vez la posibilidad de construir una línea de alta velocidad, de Londres hacia
el norte, y en cualquier caso no estará terminada hasta dentro de 20 años, como
poco. Por otra parte, el gobierno británico acaba de descartar la posibilidad
de invertir en nuevos proyectos medioambientales y de energías renovables.
Hasta sus aeropuertos, hasta ahora líderes mundiales, corren peligro de ceder
terreno a rivales como Frankfurt o Ámsterdam.
A pesar de la importancia
que una vez tenía, la industria británica es hoy meramente anecdótica, en gran
parte como consecuencia de la torpeza y el delirio neoliberal de sus
dirigentes. En cambio, en los últimos años empresas españolas como Telefónica,
Ferrovial, Santander e Indra, entre otras, han empezado a establecer una sólida
presencia en el Reino Unido, fortaleciendo nuestra marca país y preparándonos
para una época que será dominada por tecnologías que hoy apenas conocemos.
Ahora, sin embargo, aterrorizados por los mercados de deuda, parece que al
final hemos decidido tomar la misma pastilla que los británicos tomaron para salir
de la crisis económica de los ’70. Lo hacemos a petición del gobierno alemán, y
no necesito explicar por qué nos lo piden. Pero, ¿de verdad es nuestro destino
volver a ser nada más que el lugar de jubilación de los alemanes y los
británicos? Queríamos ser la California de Europa pero como sigamos así,
seremos en el mejor de los casos una Florida pobre, y los únicos molinos de
viento que podremos seguir exportando serán los de Don Quijote. ¿De verdad nos
conformamos con ser un parque de ocio diseñado según criterios del siglo pasado?
¿O aún hay tiempo para salvar los muebles y volver a ocupar el lugar que nos
pertenece?