Llamémonos ‘obreros’ o ‘clase media’, la unidad será clave para nuestra supervivencia
Son muchos los ciudadanos – y
más en estos tiempos de inestabilidad financiera y de erosión de la autonomía
económica y fiscal de los estados - que afirman que la consuetudinaria
dicotomía entre izquierda y derecha se ha vuelto obsoleta; que ya no nos sirve
hablar de ideologías o de posiciones enfrentadas respecto al papel de lo
público y lo privado; que hay que acabar con el actual sistema de hacer
política, que se basa en la confrontación, y sustituirla por un nuevo modelo
multipolar caracterizado sobre todo por la convivencia de una multiplicidad de
intereses individuales. Sin embargo, asumir esta hipótesis sin sentido crítico nos
puede conducir hacia una situación que perjudique a la gran mayoría de
ciudadanos, que nos lleve hacia una creciente desigualdad económica y una mayor
conflictividad social.
En 1992, Francis Fukuyama
anunció que la historia humana entendida como lucha entre ideologías había concluido,
y que la economía neoliberal se había impuesto a las utopías de manera
definitiva tras el final de la Guerra Fría. Después del 11 de septiembre de 2001,
numerosos analistas echaron por tierra esas afirmaciones al observar que la
lucha entre el capitalismo y el comunismo había sido sustituida por otra
batalla entre civilizaciones. Y finalmente, con la guerra de Iraq y la posterior
crisis crediticia de 2008, unos cuantos pensadores, no pocos de ellos de
izquierdas, empezaron a sugerir que el capitalismo tampoco era falible, que la
derecha había estrellado contra la realidad y que seguramente los votantes
terminarían castigando al neoliberalismo para dar oxígeno a otro modelo
alternativo.
Pues, ¡cuánto han cambiado
las cosas en sólo tres años! En toda Europa, a pesar de que estamos cada día
peor, las políticas de austeridad están estrangulando a la economía, la falta
de estímulos pone en riesgo los pocos logros sociales de los últimos
65 años – e incluso la propia existencia del estado de bienestar -, los votantes,
hipnotizados por las amenazas de los mercados y las agencias de rating, entran
sonámbulos a las urnas y votan a unos partidos que nos prometen fórmulas aún
más ortodoxas de las que ya tenemos. Ahora, hasta los euroescépticos británicos
asumen que la zona euro tiene que encaminarse hacia una mayor unificación fiscal
para salvar al euro y para permitir que la ortodoxia neoliberal siga campando a
nuestras anchas.
El mundo ya no va a ser lo
que era. La riqueza está concentrada en menos manos; aumenta la pobreza de los
sectores marginados; la clase media tiende a desaparecer. La ‘gran nación’
española, como la define Mariano Rajoy, ya no podrá imponerse en una Europa
liderada por una Alemania que lo único que quiere es que les devolvamos el
dinero que nos prestaron en su día para comprar sus productos industriales y
hacer crecer su economía en los años de bonanza.
Ante este panorama, ¿qué
pinta la izquierda? Pues, todo parece indicar que salvando grandes sorpresas,
habrá cada vez menos diferencias entre las políticas económicas de los
gobiernos de ‘centro-derecha’ y de ‘centro-izquierdas’ y se impondrá el
realismo económico, cuya definición la establecerá principalmente el Banco
Central Europeo, la Reserva Federal, el FMI y el Banco Mundial, pero sobre todo
China. Sin embargo, más allá de los ministerios de finanzas de los países,
crece la guerra cultural entre dos grandes grupos sociales con intereses
contrapuestos.
A pesar de la aparente fragmentación
de la izquierda tras las últimas elecciones españolas, me atrevo a afirmar que
en términos generales los ciudadanos que hasta ahora se han considerado ‘de
izquierdas’ seguirán defendiendo políticas que más allá del imperativo
económico a corto plazo, tengan un impacto positivo en el medio ambiente;
permitan que las generaciones venideras, sin importar su clase social, tengan
el mismo acceso a una educación y una sanidad de primera calidad; luchen por
políticas que eliminen la discriminación en base al color, sexo, u orientación
sexual; y aboguen por una mayor solidaridad con los países en vías de
desarrollo, entre otros objetivos que han mantenido unidos durante tantos años a
una frágil coalición entre intelectuales de clase media y obreros.
En cambio, aunque muchos de
sus votantes sigan creyendo en los valores que acabo de exponer, los gobiernos
de derecha defenderán la economía por encima de todo – ya lo ha dicho Rajoy -,
se opondrán a los avances en materia de igualdad social y apostarán por lo que
ellos definen como ‘igualdad de oportunidades’, que es básicamente, en el
lenguaje de la mercadotecnia, lo mismo que decir que incluso la gente que no
tenga acceso a una buena educación o buenas perspectivas desde pequeño, podrán,
con tenacidad, escalar posiciones sociales y conseguir algo parecido a la versión
europea de ese tan escurridizo ‘sueño americano’. Dicho de otra forma, para
tener éxito, no hace falta educación gratuita sino mucha fe, y sobre todo ganas
de participar en Gran Hermano u Operación Triunfo. El medio ambiente les
importará poco porque obliga a sacrificar beneficios a corto plazo, y la
iglesia influirá en la mayoría de las cuestiones de índole social.
Nada de lo que acabo de
escribir es especialmente novedoso, y menos para los norteamericanos que con su
sistema bipartidista ya están acostumbrados a que sólo
los primeros tengan vía libre para aplicar políticas ideológicamente coherentes
cuando están en el gobierno. De todas formas, los europeos podemos interpretar
que de lo que se trata es el fin de la lucha entre el socialismo y el
capitalismo y la vuelta a la anterior división entre conservadores y liberales
que se mantuvo vigente hasta finales del siglo XIX. El Reino Unido nos ofrece,
quizás, el mejor ejemplo. El laborismo sigue sin encontrar un nuevo espacio
ideológico mientras el país lo gobierna una coalición de conservadores y
liberales, que parecen estar felizmente de acuerdo en todo lo que ataña a
política económica, pero que discrepan en otras cuestiones de índole cultural.
Si ni siquiera los liberales son capaces de definir con contundencia qué les
diferencia de los conservadores, ellos también evaporarán en menos tiempo de lo
que creemos.
Mientras tanto, la política
se reorienta, las prioridades cambian, pero siguen existiendo dos grandes
grupos demográficos que pueden considerarse de derechas y de izquierdas. Los
primeros pueden vivir tranquilamente con sus herencias y sus grandes fortunas y
buscan los votos de ciudadanos más humildes gracias al apoyo de su gran aliado,
la iglesia, y en el caso de España, los intereses mediáticos afines a unos y
otros. En cambio, los segundos son de clase media (u obrera – eso lo tenemos
que decidir nosotros y obrar en consecuencia) tienen que trabajar más cada día
para llegar a fin de mes, tienen una perspectiva laica de la vida, y siguen
creyendo, aunque seguramente con menos optimismo que antes, en los derechos
universales. En muchas otras cuestiones la izquierda seguirá dividida. Estaremos
más o menos a favor del derecho de las mujeres a decidir. Unos viviremos en las
grandes ciudades, otros en las provincias. Tendremos perspectivas diferenciadas
en relación a la inmigración… Pero, al margen de estos conflictos, las
decisiones políticas y económicas en los próximos años serán clave para nuestra
supervivencia.
Dicho esto, a pesar de
nuestros intereses compartidos, sospecho que habrá una creciente fragmentación
en cuanto a siglas políticas a medida que los que, en el caso de España, no se
identifiquen con esa base sólida de entorno de 10 millones de ciudadanos que
desde el año 1996 siempre votan al Partido Popular se agrupen en formaciones
diversas para defender causas específicas como el ecologismo, la
descentralización de poderes, los derechos de las minorías, etc. Sospecho que va
a ser cada vez más difícil que el PSOE, que desde el año 1986 no ha vuelto a
ganar ningunas elecciones nacionales con mayoría absoluta, vuelva a gobernar en
soledad, de manera que se mantendrá la alternancia entre gobiernos estables de
derechas, por un lado, y, por otro, gobiernos frágiles de izquierdas que terminen rindiéndose al poder
de los mercados como única manera de agarrarse, aunque sea por periodos cortos
de 4 o 5 años, al poder. Y siempre con creciente decepción y abstención por
parte de sus votantes.
Los intereses de los obreros
y de las clases medias nunca han sido los mismos, sin embargo, en el último
siglo hemos descubierto que nos unen suficientes intereses para colaborar en un
proyecto común y de esta forma hemos conseguido unos avances sociales
extraordinarios que ahora estamos en riesgo de perder. Ahora que parece que
todos somos de la misma clase, debemos decidir si nos toca acostumbrarnos al
estilo de vida del obrero en tiempos victorianos, o si es posible diseñar unos
objetivos comunes que nos permitan componer una gran clase media solidaria y
socialmente comprometida. Llamémosla ‘izquierda’ u otra cosa alternativa, pero
tenemos que reconocer que más allá de la cantidad de siglas políticas que vayan
apareciendo en el Congreso de Diputados, algo más fundamental nos une y nos
diferencia de esos 10 millones de votantes de la derecha. Y sólo si aceptamos
ese destino común, podremos hacer frente a unos sectores conservadores que nos
quieren dividir para después conquistar.