Teléfonos, toros y tazas de té
Hace
unos 20 años desparecieron las famosas cabinas de teléfono rojas de las calles
de Londres. Ahora, sin embargo, las mismas cabinas siguen aflorando en los lugares más sorprendentes
del mundo como soportes de publicidad en campañas de comunicación de la marca,
Beefeater, o como curiosos objetos de arte.
Hoy
leemos que la marca española, Osborne, busca la oportunidad de conseguir royalties mediante la venta del derecho
a exhibir su famoso
toro en las carreteras de países tan diversos como Estados Unidos o
Dinamarca. Mientras tanto, en España crecen las voces que afirman que hay que
quitar el toro del imaginario español; un símbolo que no coincide con la imagen
de país moderno que se quiere transmitir de cara al exterior.
A
finales de los ’90, el primer ministro británico, Tony Blair, intentó rediseñar la imagen
del Reino Unido en el mundo por medio de una campaña de comunicación
denominada, ‘Cool Britannia’. Un hito sorprendente partiendo de un político que nada
más abandonar Downing Street, renunció también a las falsas apariencias,
quejándose de que ya no había donde conseguir una buena taza de té en Londres.
La
imagen de un país puede gustar o no a sus habitantes, pero no está en su poder
cambiarla mediante operaciones de maquillaje, y menos cuando estas son
impulsadas por políticos en busca de una ventaja electoral a corto plazo. La
imagen de España se transformó en el mundo en los años ’90 gracias al milagro
económico, su creciente peso en las instituciones internacionales y el impacto
de unos hitos tan espectaculares como la celebración de la Olimpiada de
Barcelona o la Expo Universal de Sevilla. Se trató de una metamorfosis real y
dramática en un país que sólo 15 años antes salía de la oscuridad de la última
dictadura fascista de la Europa occidental. El cambio se notó. Sin embargo, más
de 20 años después también se mantienen los tópicos del sol, el flamenco, la
sangría, la siesta y las corridas de toros.
Cuando
el Reino Unido proyecta una imagen moderna, abierta y multicultural, su marca
se fortalece y aumenta el número de turistas e inversores. Sin embargo, cuando
un eurofóbico
radical se cuela en el Parlamento Europeo con una mini bandera británica y
arroja huevos a los parlamentarios, los representantes de los demás estados
miembros no tardan ni un segundo en reconocer la tradicional imagen de hooligan inglés. “Los británicos son así”, espetan sin ironía.
Luchar
contra los tópicos nacionales es una tarea inútil. La imagen pervivirá en el
resto del mundo. Si hasta los propios expatriados
ingleses los perpetúan en enclaves como Gibraltar, tan alejados de la autoimagen
del británico urbano del siglo XXI. Y ni hablar de los pueblos galeses de la Patagonia donde pocos galeses
de hoy se sentirán reflejados en las costumbres que se mantienen congelados en
el tiempo para el deleite de los forasteros.
Si
los pueblos no se modernizan se paralizan. No hay que retroceder, sin embargo, tampoco
hay que luchar contra el recuerdo del pasado. En muchos casos, se requerirá una
buena dosis de psicoterapia colectiva ya que cualquier pasado tiene tantas luces
como sombras. Somos lo que somos, venimos de donde venimos. Y si un objeto que
antaño se identificaba única y exclusivamente con un país determinado se tiene
que convertir en objeto kitsch y multiplicarse por las carreteras o las
ciudades de medio mundo, ¿por qué impedirlo? Nos puede parecer de mal gusto
pero así es la vida. Sólo nos queda reírnos
de él y, si cabe, explicar que eso sí forma parte de nuestra identidad pero,
desde luego, sólo una parte pequeña.