La nueva Jane Eyre demuestra que las voces foráneas fortalecen la esencia profunda del la Inglaterra provinciana
Disfruté
enormemente con la última versión cinematográfica de Jane Eyre. Sólo los escritores
ingleses de época fueron capaces de mezclar de manera tan eficaz la ironía y el
romanticismo; y después de añadir a la tensión novelística de Charlotte Brontë
un excelente reparto desde el primero hasta el último actor y una deliciosa escenografía,
el espectador no puede abandonar la sala sin tener la satisfacción de haber
vivido en primera persona una apasionante historia.
Han
sido muchos los intentos de trasladar esta novela a la gran pantalla, sin
embargo, la mayoría de las películas y series de época de la BBC transmitían
una imagen excesivamente acartonada. En cambio, la producción del director
norteamericano, de madre sueca y padre japonés, Cary Fukunaga, consigue todo lo
contrario. El increíble talento de la australiana, Mia Wasikowska, le ayuda a
transmitir todas las emociones contradictorias de su personaje –demasiadas veces
retratada como un prototipo de feminista del siglo XIX– y su lucha por
encontrar su lugar y su identidad en una sociedad clasista y estirada. El
alemán, Michael Fassbender, se mete perfectamente en el papel de Mr Rochester y
a diferencia de tantos actores ingleses consigue mostrar el lado cruel y frío
del terrateniente sin dejar escapar su dimensión más humana. Detrás de todos
está el personaje de Mrs. Fairfax, interpretada por la siempre grandiosa, Judi
Dench. Y como nos reímos cuando después de escuchar con asombro la canción
francesa de la alumna francesa, Adele Varens, los ojos de Jane Eyre bailando
con emoción, Dench nos devuelve a la gélida realidad con esa frase tan típica
como condescendiente, ‘mmm, very French!’
Y
es que tener la fortuna de ver esta nueva interpretación moderna, pero a la vez
extremadamente literal de la obra de Brontë el mismo día en el que la actuación
de un primer ministro inglés y provinciano vuelve a ensanchar el Canal de la Mancha,
nos recuerda qué poco ha cambiado la esencia de la sociedad en la Inglaterra
profunda una vez que se deja atrás Londres y su urbanismo cosmopolita. Pero
también nos demuestra la tremenda ironía de que para alcanzar esta imagen de la
Inglaterra más auténtica es fundamental contar con un reparto tan internacional
como las ambiciones históricas del Reino Unido. Es la mejor constatación de que
Gran Bretaña necesita tanto a Estados Unidos como a Europa, incluso para
disfrutar plenamente de los sabores de su esencia profunda; y de que obviar
esta realidad nos alejaría de nuestros vecinos de ambos lados del charco y, por
supuesto, de nosotros mismos.