La queremos ya, pero ¿qué es la democracia real?
Democracia: “1.
f. Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno; 2. f.
Predominio del pueblo en el gobierno político de un estado”. (Diccionario de la RAE)
Son
cada vez más las voces que gritan que la experiencia que estamos viviendo en
Europa en estos momentos poco tiene que ver con la democracia. El pueblo ya no
tiene voz, dicen los que efectivamente no han conseguido que su voz sea
escuchada. “Dictadura de los mercados”, proclaman.
“Las agencias de rating han organizado un
golpe de estado en Italia, instalando un gobierno de tecnócratas que impone la
doctrina neoliberal sin el consentimiento del pueblo”.
¿Y
qué del gobierno de aquel gran demócrata, Silvio Berlusconi?
Sin
duda, la globalización ha aumentado enormemente la complejidad y la interdependencia
en la toma de decisiones, y paralelamente crea una sensación de impotencia para
el votante común quien deposita cada cuatro años una papeleta en una urna pero
luego es incapaz de definir la relación entre esa acción y todo lo que la sigue.
Cuando te compras un iPad sabes lo que vas a conseguir a cambio de tu dinero.
Sin embargo, votar hoy en día se parece más a comprar un billete de avión sin
saber cuál va a ser tu destino, si realmente va a despegar la aeronave o si de
repente te van a anunciar que por motivos ajenos el viaje se tendrá que
realizar en barco.
Se
supone que las decisiones que se toman en la vida política son consecuencia de
la suma de las voluntades de una multiplicidad de actores distintos, tanto
individuales como colectivos, sean éstos ciudadanos, entidades corporativas,
organizaciones supranacionales o no gubernamentales. Se meten miles de millones
de votos en una urna, algunos con más peso que otros, y luego algo sale que es
imposible de definir. Cobra cada vez más sentido la frase, “Los ciudadanos han hablado. Ahora hay que interpretar qué han dicho”.
En los últimos comicios en España, el pueblo habló con claridad. Quería echar
al partido gobernante. Más difícil, en cambio, es definir qué han dicho
respecto al futuro. Los que han ganado ahora dicen que lo que el votante quiere
son recortes, sin embargo, ¿no estuvieron en contra de los recortes del
anterior gobierno? Por lo menos, eso fue lo que nos dijo en su día un tal
Mariano. ¿Y qué quieren que se recorte? ¿Las pensiones? ¿La inversión en la
educación y la sanidad? ¿El gasto militar?
Unos
cuantos se juntaron en la Puerta del Sol para compartir ideas. Pero en su
mayoría fueron los perdedores de las elecciones. Los ‘ganadores’, es decir, los
que votaron al PP, no estuvieron allí. ¿Y qué quieren los del PP? Ni siquiera
los propios dirigentes del partido se ponen de acuerdo sobre la respuesta.
Son
tiempos peligrosos. Cuanto más alejada está la gente del poder político y
económico, más tiende a simplificar. “Será
culpa de los banqueros”; “es una conspiración de Standard & Poors”; “hay
que acabar con los partidos dominantes”. Esa, en particular, es una afirmación
que sigo sin entender en el contexto español. La gente llevaba siete años
quejándose de que el gobierno era demasiado débil, de que sus políticas no eran
socialistas, de que tenían que ceder demasiado a los partidos minoritarios.
Pues, si es así, ¿cómo pueden ahora argumentar que la mejor solución es la
fragmentación de la izquierda? Parece que unos cuantos millones deseaban un
gobierno con mayoría absoluta, y así lo han conseguido.
No
hay respuestas fáciles. La opinión pública es tan difícil de descifrar que muchos
políticos hasta se la inventan. Dicen que la ley del matrimonio homosexual o la
ley antitabaco eran medidas muy impopulares, como si fuéramos a olvidar que
ambas leyes tenían el apoyo de la gran mayoría de los ciudadanos según todas
las encuestas. El 90% de los españoles estuvieron en contra de la guerra de
Iraq. Eso no asustó a nadie en el equipo de Aznar y ahora nos dicen que retirar
las tropas fue una medida que, al igual que la Ley de Memoria Histórica, la
Educación para la Ciudadanía, o la Ley de la Dependencia, dividió a los
españoles. Quien lo entienda que levante la mano.
Desde
luego, algo tiene que cambiar. Las encuestas y los focus groups no sirven como sustituto para las instituciones democráticas.
Son demasiado fáciles de manipular. Hay que fortalecer las instituciones y restaurar
el equilibrio de poderes para que la voz del ciudadano vuelva a contar. Quizás
sigamos sin saber qué quiere decir, pero por lo menos tendremos la seguridad de
que esté allí y de que los demás actores sientan su presencia.
Ya
hemos gritado, “¡queremos un cambio!”
Pero, ¿qué cambio queremos? Es el momento de hablar, de interpretarnos para que
no nos interpreten otros. Cualquier idea será bienvenida.